ABANCO 41

ABANCO/Cosas de Soria

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La Demanda Riojana

La Sierra de la DemandaLa sierra de la Demanda, a caballo de Burgos, Logroño y Soria, es una de las mayores elevaciones del Sistema Ibérico y a lo largo de los siglos ha mantenido un carácter misterioso debido a las dificultades de acceso que presentan sus altos montes.

Es un ejemplo bastante claro de lo que ha escrito don Anselmo Carretero y Nieva sobre la personalidad de Castilla, explicando que las cadenas montañosas que aparentemente la dividen lo que hacen es vertebrarlas, que los montes, en suma, no dividen sino que unen. Esto, que parece una paradoja, se cumple sin embargo a rajatabla a poco que se profundice y pasa incluso a ambos lados del Pirineo, donde comarcas francesas y navarras comparten pastos, derechos de desyunta, etc.

Es el caso de la Demanda, que presta un carácter inequívocamente característico a los pueblos que se asientan en sus estribaciones por encima de las actuales divisiones provinciales y aun autonómicas. Recuerda Luis Vicente Elías, el etnólogo de los Cameros, cómo la partición provincial de 1833 trajo un rosario de conflictos y procesos, pues era prácticamente imposible dividir lo que el tiempo, la historia y los intereses comunes habían ido uniendo a través de los siglos. Amargo colorario de décadas de contenciosos legales y barullos judiciales es el dicho camerano, impensable en otros tiempos, de Sorianos, perros y gatos: tres animales ingratos.

Pero hablábamos de la Demanda, esta amplia serranía rodeada de un misterio que comienza por su mismo nombre. ¿Se refiere como avanzara Roso de Luna, su primer enamorado, a la Demanda del Santo Grial? En la que se embarcaron los caballeros de Arturo en época indefinida y cuya saga ha sido cantada por Essenbach y otros y cuyo emplazamiento geográfico ha sido siempre objeto de todo tipo de elucubraciones, situándose el Venusberg en el Pirineo y el Monsalvat, por ejemplo, en Montserrat, secuelas del wagnerianismo noucentista.

Juan García Atienza, que siguió ya en nuestros días las huellas del extremeño Roso de Luna, ha sido el muñidor de la teoría de la Demanda como zona mágica, cuajada de prodigios y portentos, ambiente del que no es difícil impregnarse por la propia evocación del paisaje y porque el paso de la historia ha ido sembrando aquellas anfractuosidades de elementos evocadores. Personalmente creo que el tema de la España Mágica, en el que he incursionado de vez en cuando, es ante todo un género literario, y por lo tanto no haya que tomárselo todo al pie de la letra ni demasiado en serio. Torturada adecuadamente la toponimia, por ejemplo, puede acabar confesando prácticamente cualquier cosa, y en cuanto al recurso al "inconsciente colectivo" o a las pervivencias y supervivencias, más vale tomárselo cum granum salis, so pena de salir estragado y desvariando arquetipos, ánimas y ánimus sobre las más febles y peregrinas apoyaturas.

Sea la del Santo Grial o cualquier otra (y esperemos –que me lo temo- que no aparezca algún erudito del lado cientifista-historicista-coñazo demostrando con pelos, señales, codicilios y ejecutorias que la susodicha Demanda se refiere en exclusiva a la que mantuvieron unos pueblos contra otros en determinada Audiencia por culpa de desyuntas, pastos, o servidumbres varias), lo cierto es que la Demanda está ahí y bajo sus aldas se traman algunas leyendas como la de los Siete Infantes de Lara, de clarísima raigambre germánica (como han demostrado algunos, apenas una transposición de Sigfrido y los Nibelungos, una blütrange –venganza de sangre- aria arquetípica), que viene luego a morir a Soria, a otra sierra, la del Almuerzo, sobre la que algunos hemos derramado alguna tinta en el pasado. Y antes de que aparezca el academicista de guardia a precisar que ese Almuerzo es probablemente arabismo que nada tiene que ver con un refrigerio y menos con los Infantes o la piedra de su cumbre, donde dicen que almorzaron y que la Vírgen María improntó la suela de su femenino pie, les diré que me importa un pito y prefiero seguir creyendo la otra historia, que además es más bonita.

Siguiendo las huellas de Roso estuvimos hace ya algún tiempo Isabel Goig y el abajofirmante por la parte burgalesa de la Sierra, incluída Pineda de la Sierra (que Roso llama Concha de la Pineda, siendo ésta un paraje, pero no el pueblo en sí) y otros muchos pueblos de nombres evocadores, sin olvidar los Barbadillos, incluido el del Pez (que para mí, con perdón de Atienza, tiene más que ver con el alquitrán que por aquí se fabricaba que no con los de agua dulce) e incursiones por comarcas que sólo con alguna generosidad geográfica pueden incluirse en la Demanda, como San Pantaleón de Losa y su misteriosa ermita, cuyos inquietantes perfiles todavía nos tienen encandilados, en espera de dilucidar su secreto.

Pero en esta ocasión quisimos visitar la vertiente riojana, tomando como cuartel de operaciones Ojacastro e incursionando desde allí en el valle del río Oja y en las alturas que rodean su nacimiento, entre las que se encuentra la famosa estación de esquí Valdezcaray, actualmente en obras.

En este viaje queríamos ante todo impregnarnos de naturaleza, atender a los mensajes primordiales de bosques, arboledad, regatos, arroyos cantarines, epifanías paganas más que a la huella cultural. El anfiteatro que forman las alturas de la Sierra, presididas por el augusto San Lorenzo, está surcado por infinidad de veneros fluviales que van engrosando al naciente oja que va tomando fuste a medida que abandona su valle natal y se adentra en tierras mucho menos amenas. Es una pena ver su cáuce, a la altura de Santo Domingo de la Calzada e incluso mucho antes, completamente seco, dejando ver el lecho de canto rodado. Pero aquí, entre las frondas de hayas, pinos y hasta algún abeto ya en las alturas, el río se abre paso sobre lechos de roca, ornados de musgo y verdín, formando en los recodos sombríos diminutos paisajes de regusto oriental, jardines japoneses de arena donde las doradillas, los helechos, los culantrillos y los ombligos de Venus forman a veces ikebanas naturales de delicada composición. Bajo los doseles de las hayas centenarias, el humus que forman las cáscaras de los ayucos señala la cosecha anual del sabroso fruto.

Por una vez supimos para qué vale el altímetro del todoerreno, cuya aguja subía lentamente a medida que, pasados los últimos pueblos del valle (casi todos plenamente euskéricos: Ayabarrena, Azarrulla, Zabarrena, Zaldierna), íbamos tomando las curvas de nivel ascendente que, en cada recodo, ofrecían vistas siempre atractivas para el ojo goloso de la cámara fotográfica. Finales de Julio y sin embargo fresquísimas temperaturas que iban descendiendo a medida que ganábamos altura. Finalmente nos cansamos de subir, algo mareados por el baile de perspectivas y pensando que aquella ascensión no tendría final, desistimos antes de llegar a la llamada Cruz de la Demanda, cuando, por lo visto, apenas nos faltaban unos cientos de metros de pista. Otra vez será.

Pero, además de esta sumersión en la naturaleza, el *Valle del Oja nos iba a brindar frecuentes encuentros con el arte y la Historia. Este lugar perdido, ahora activo centro turístico, donde acuden sobre todo los vizcaínos, haciendo que en sus calles y terrazas vuelva a sonar la vieja lengua ibérica que se habló aquí ya en el medievo, fue en el pasado un finisterre, un ponto euxino, donde –según señala el fuero- podían acogerse a sagrado homes e mujeres homicianos é mal fechores sin que ninguna justicia no sea osada de entrar en dicho valle, nin los pueda tomar ni sacar de él, y si los quisieren sacar, que los vecinos é moradores del dicho valle ge lo defiendan, é que no incurran en pena ni en calumnia por gelo así defender, é esta merced fago así a los que ahora son moradores en el dicho valle, como a los que serán de aquí en adelante para siempre jamás. Pese a lo cual, y con permiso de Fernando IV El Emplazado, desde 1312 a esta fecha ha llovido mucho y ni siquiera a un rey le está permitido decir para siempre jamás.

*Ezcaray está trufado de casonas y palacetes y sería largo el pasarles revista, y no cabe olvidarse de su iglesia, con aire de colegiata, de estilo gótico y con esvástikas o laburus taraceadas en la filigrana de piedra de su portada. Por aquí tuvieron casas solariegas algunos nobles sorianos, me recuerda Isabel, siempre atenta a la heráldica, aunque a mí se me dé un ardite.

Dos ermitas visitamos en Ezcaray, la una que llaman de Santa Bárbara, que está en una prominencia y desde la que se divisa el casco urbano de Ezcaray y buena parte del valle, pero mínimo edificio sin mayor interés y la otra, de Nuestra Señora de Allende, mucho más milagrera y sugerente, a lo que pudimos ver. Había un par de cuadros/exvotos que recogían milagros de la virgen y uno de ellos recordaba mucho al milagro de San Saturio, pues igualmente se trataba de un niño que cayó desde una altura sin hacerse daño.

El mismo *Ojacastro, antaño más importante que Ezcaray y hoy un poco oscurecido por el oropel de su vecino, tiene un templo notable, ya del gótico, pero con algunas partes románicas, y con un pórtico o anteiglesia de gran belleza, aunque lo más notable sea la misma puerta, de madera, prodigiosamente labrada con efigies de los apóstoles y, a lo que se ve, de personajes de la época. En Ojacastro debió nacer, o al menos tiene calle dedicada, Juan Bautista Merino Urrutia, autor de La lengua vasca en La Rioja y Burgos, a quien cité ampliamente en mi Las relaciones entre Soria y Euskadi, pues incursionaba también brevemente en la provincia de Soria. Fue una agradable sorpresa encontrarnos este nombre familiar paseando por las calles de Ojacastro, repletas, como las de Ezcaray, de escudos heráldicos.

En un pueblecito cercano a Ojacastro, San Asensio (llamado en el pasado De los Cantos, para diferenciarlo de otro San Asensio, sobre lo que debe haber algún barullo en los nomenclators, según explica el de Govantes), prácticamente abandonado, o por mejor decir en sus inmediaciones, pudimos ver la ermita de San Asensio, que es una verdadera rareza. Aunque ha sido restaurada o cabría mejor decir reconstruida en parte, para impedir su ruina, la parte antigua es un románico bastante extraño, porque sugiere una planta poligonal, o al menos un ábsise facetado en cinco lienzos, lo que resulta bastante insólito, sobre todo porque por dentro es el clásico de medio punto. Muy escasa de decoración, posee sin embargo notables pinturas murales que representan la última cena. La pila bautismal parece muy antigua y el conjunto, en medio del bosque, de acceso bastante difícil, es de un gran poder evocador y se presta a elucubraciones esotéricas (sin descartar su origen templario, pues la planta poligonal es una de sus características).

Aldeano de Azárrulla, en el valle del OjaAl día siguiente recorrimos la otra parte de la sierra, es decir la pared sur del anfiteatro, un paraje serrano que iba haciéndose más y más desolado a medida que ascendíamos. Soledad sólo compartida con algún rebaño de ovejas o vacas que pastaban a su aire. Por cierto que uno de los rebaños de ovejas llevaban como marca la Flor de Lis y no pudimos menos que preguntar al pastor, que era su dueño, sobre su origen. Lo ignoraba completamente.

Una vez llegados al punto más alto de la serranía comenzamos a descender por pistas en bastante mal estado hacia Canales, a donde llegamos poco después. Esta localidad forma parte de las Cinco Villas, especie de confederación serrana, de origen medieval, recuerdo de la cual son las llamadas casas de Islas (nadie supo explicarnos este enigmático nombre) que todavía existen en cada una de ellas. La de Canales es notable, pues posee una torre con reloj y una gárgola o careta de muñeco que llaman el Papamoscas (como el de la catedral de Burgos) y nos dijeron que antaño abría la boca al dar las horas. No muy lejos hay un rollo de piedra construido en los años cuarenta en honor del conde Fernán González, con motivo del Milenario de Castilla. Hay en el pueblo al menos dos casas que dicen las gentes fueron propiedad del conde, aunque por su aspecto parecen muy posteriores. Por lo demás Canales, que llegó a tener 1700 habitantes y hoy no llega a los 30, está literalmente plagado de escudos heráldicos. Mas de cien, según nos dijeron, lo que da idea de los fastos pasados, como lo da la parroquia, de construcción no muy feliz pero desmesurada para lo que es el actual caserío. Más interesante es la iglesia de San Cristobal, que tiene partes románicas, incluída las arcadas del atrio y la portada, restaurada con bastante acierto y cuya silueta, aupada en un cerro que domina la villa, es una presencia que da carácter a la panorámica de Canales. Creo recordar que la portada de uno de los tomos de la Guía de la España Mágica, de Juan García Atienza, es una foto de esta iglesia.

© Antonio Ruiz Vega
publicado en este número

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