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Aron Cotrus y su Rapsodia Ibérica
 De Numancia a Sarmisegetuza

Un poeta rumano desconocido

 

Andar a la husma del pasado, coleccionar rarezas, inéditos, agotados, es pasión que sólo quien la comparte comprende. Para los demás, pura majarada, excéntrico pasatiempo. Evidentemente soy “de esos”, aunque no haya dado en bibliófilo ni en bibliófago.

Así las cosas, decir que suelo agotar las chamarilerías, la cuesta de Moyano, la calle del León y otros lugares menos confesables en busca de pliegos de cordel, ediciones príncipe, gavillas inencontrables y otras hierbas.

Es desolador, en este trance, encontrarse con naufragios y delerictos de bibliotecas insignes. Por ahí tengo un libro de León Degrelle dedicado a la marquesa de Luca de Tena u otro de Eugenio D´Ors a un anónimo seguidor, por no hablar (sé quien los tiene) de dos libros de Juan Ramón Jiménez dedicados a don Antonio Machado que aparecieron en un vertedero soriano…

Las familias de hoy en día aborrecen cordialmente al letraherido de la familia y cuando este muere corren a llevar al remate o la subasta su polvorienta biblioteca. No es de extrañar. Qué pensar cuando los historiadores marxólogos y novelistas de barbecho se reciclan en cronistas deportivos. ¡Las coas que hemos visto! ¡Las cosas que hemos visto! Que diría maese Shallow a Sir Falstaff…

Pero basta de introitos.

Fue rebuscando en esos chirriones de la memoria cuando me encontré un estrato que debía pertenecer a una que fue profesora de mis infancias y adolescencias en el viejo instituto y cuyos apellidos, como los de sus hermanos, fueron subastados en lote por una entidad de ahorro que así, ahora, apantalla sus trapisondas y corruptelas culturales. Perdonará el lector que no sea más explícito, pero es historia vieja, y triste, y no es cuestión de remontarse. No ha sido, en todo caso, la única familia ilustre que ha dado al ropavejero el archivo familiar, que conste.

Aquella buena señora, solterona, guardaba en sus legajos y archivos cuánto le resultaba de interés, especialmente revistas de ciencia, geología, y hasta recortes del ABC, no siempre relacionados con su especialidad. Por ejemplo una sección que el polígrafo Camón Aznar llevaba en ABC durante los últimos cincuenta y primeros sesenta.

Allí, y hay que decir que de puro milagro, me encuentro con unos versos sobre los que perfectamente podía haber pasado de largo:

Que no encuentren nuestros enemigos ni nuestra ceniza;
Abetos ìgneos y rectos de horizonte a horizonte
Nos hemos quemado y apagado en pie.

Aron CotrusEsta breve estrofa hablaba de Numancia, de nuestra querida Numancia, y formaba parte de un gran poema épico escrito en castellano, Rapsodia Ibérica, por el poeta rumano Aron Cotrus que entonces (noviembre de 1961) acababa de morir.

Para mí era un perfecto desconocido. Le busqué en la ESPASA y ni flores. Indagué en internet y encontré algo, muy poco, con lo que he redactado estas líneas escritas para los pocos sorianos de raza que puedan quedar, si es que queda alguno.

Aron Cotrus, a lo que alcanzo a deducir, debió de pertenecer a esa corriente de intelectuales más bien fascistas que se asilaron en España a la derrota del Eje y, sobre todo, ante el levantamiento del aciago Telón de Acero. Vintila Oria, Uscatescu fueron otros de estos hispanistas que, deslumbrados por el común origen y por la cercana sonoridad de los idiomas aquí se asentaron.

Cotrus debía de ser admirador del ideólogo Codreanu, a quien dedicó una larga composición y recordemos que Codreanu, integrista católico, es nada menos que el mentor ideológico de Blas Piñar, por poner un ejemplo. La historia del fascismo rumano es, por varias razones, semejante al español. Tienen hasta su “ausente”, similar a nuestro José Antonio, en la persona de Horia Sima, joven idealista asesinado por los esbirros de la monarquía e inevitablemente idealizado por sus seguidores.

Aron Cotrus adoptó el castellano y en nuestra lengua escribió numerosos poemas, que parecen de valor.

Uno no tiene, a estas alturas, prejuicios contra esta poesía de la Derecha. Más bien al contrario, ha aprendido, en los últimos años, la excelencia de escritores como Celine, Brasillach, La Rochelle, Ezra Pound, Knut Hamsum y muchos otros injustamente ninguneados por sus pasadas militancias. Por las mismas razones que no piensa abjurar de Picasso, Neruda, Eluard o Aragón pese a su inconsciente e insensato apoyo a la peor dictadura genocida de la historia.

Celine, Brasillach, La Rochelle, Ezra Pound, Knut Hamsum, si no tenían razón, tenían desde luego razones y, por encima de ello, escribían maravillosa prosa o lírica. Algún día habrá que volver la vista sobre ellos.

Pero estabamos con el desconocido Cotrus, a cuyo entierro asistió Camón Aznar, suponemos que en Norteamerica, pues allí terminó sus días nuestro hombre.

Allí estábamos, sobrecogidos por el recuerdo, unos fieles amigos de Aron Cotrus, en tanto se desplegaban esos largos lamentos de los funerales, según el hermoso rito griego. Recordábamos al gran poeta que hizo a España uno de los cantos más apasionados sobre su historia y belleza de toda nuestra literatura. Porque Aron Cotrus era un poeta de pueblos y tierras heróicas.

Es curioso y sorprendente (o no) que el franquismo no hiciera más uso de un poema coral que algunos, como veremos, han comparado con As Luisiadas y hasta La Araucana de Alonso de Ercilla.

Hubo, sí, una edición de su RAPSODIA IBERICA que Cotrus escribió en castellano y tradujo él mismo al rumano, que prologó Camón Aznar y que ilustró Vázquez Díaz (Ediciones Carpati, 1954) y me imagino que hoy es inencontrable.

Camón, que dice: No creemos que haya en el universo poético de hoy ningún aliento épico tan poderoso como el de Cotrus, lamenta que España probablemente no haya estado a la altura, y duda de si le habremos correspondido con el rendimiento que merece. Cotrus muere, en cualquier caso, en Norteamerica. Ha muerto pobre y desarraigado. No ha alcanzado ninguno de esos grandes premios internacionales para cuya gracia hay que haber pactado con la subversión, continúa Camón Aznar.

Gracias a la Red contacté con uno de los pocos estudiosos de la obra de Cotrus (aunque, en los ultimos tiempos, es cada vez más reivindicado en su país natal, Rumanía), la profesora rumana Domnita Dumitrescu, de la universidad estatal de California, quien amablemente me envió su artículo The Spanish Poetry of Aron Cotrus, del que he me servido para escribir este.

SarmisegetuzaDomnita resalta que el caso de Cotrus es uno de los pocos conocidos en el mundo en el que el poeta cambia de idioma y todavía menos usual es que lo haga hacia el castellano. Para entender este prodigio habría que señalar las numerosas coincidencias entre Rumanía y España. De una parte su común origen céltico. Aquello fue la la Dacia, una de las celtias, teniendo su mediolanum en el Drynemeton y su “Numancia”, al parecer, en la para nosotros desconocida Sarmisegetuza, que lleva, por cierto, la partícula “sege” que llevó nuestra Ségeda, nuestra Segóbriga y que parece corresponder al céltico “segus”: victorioso. Y luego, para la Rumanía y para la Hispania, viene la común herencia romana, la romanidad, que a ellos les marcó tan profundamente que hasta quedó como nominativo de su país. Y queda, por fin, el idioma, plenamente románico y que por lo tanto tantas sonoridades amables tiene para los castellanoparlantes.

La relación entre dacios y celtíberos es evidente pues, pueblos ambos orgullosos, que sólo temían (como los galos de Uderzo y Goscinny) “que el cielo se desplomara sobre sus cabezas” pero que, una vez sojuzgados, supieron integrarse, por la vía de la común arianidad, en la cultura de Roma.

Sagunto y Numancia recuérdanme, sin tregua,
por encima de derrumbes y de borrascas,
a los locos e impávidos dacios,
a los dacios de fuego y pedernal de mi sangre,
a los que no les espantaban ni enemigos ni dioses,
sino sólo la bóveda celeste que se derrumba sobre ellos.

Hemos nacido entre huracanes, incendios y dolores igualmente,
como de aristas de pena, como del acero,
del mortífero atenacear con los pétreos diluvios
de las huestes de Escipión y las de Trajano.

……………………………………………….

O en hogueras cambiábamos a Numancia y Sarmisegetuza,
que no encuentren nuestros enemigos ni nuestra ceniza;
abetos ìgneos y rectos, de horizonte a horizonte,
nos hemos quemado y apagado en pie;
que se estremezcan, en su azul lejanía,
la Roma de los Césares de nuestro furor,
y de los últimos gritos nuestros, agigantados por el viento,
se levante y se ponga en pie la tierra entera.

Plasmados invencibles en la misma derrota,
afrontando el poderío de Roma en el mundo,
nuestras almas y cuerpos predestinados fueron a pugnar,
bajo nuestro nuevo nombre, para siempre.

Los vencedores, y los cruelmente vencidos,
que se negaron a doblar sus frentes en el fango,
en las nocturnas honduras de nuestras almas
luchan aún entre sí, por las Romas de sol de nuestros adentros.

Y sigue su Rapsodia con las gestas del Cid, la Reconquista, y alcanza su culminación con la empresa del Descubrimiento, donde autores contemporáneos (pienso en Francisco F. Maestra) ven una enésima transmigración céltica (la última) hacia Occidente. E incluso en estos versos, tensos, telúricos, vuelve a aparecer Numancia…

En 1991, cuando publica su artículo Domnita Dumitrescu, ya con el horizonte de los actos del V Centenario, la autora se asombraba de que este poema no fuera reeditado y difundido.

Aron Cotrus debió de llegar por primera vez a España en 1939, siendo corresponsal de prensa para España y Portugal hasta 1944. En 1956 decide, en lugar de regresar a su país, viajar a los EE.UU. donde fallecerá 5 años después. Durante sus años españoles publica A través de abismos de adversidad, Entre hombres en marcha, Rapsodia valaca, Poemas de Montserrat y Canto a Ramón Llull, denotando estos dos últimos una cierta sensibilidad hacia el hecho diferencial catalán.

Rapsodia Ibérica iba dedicado al poeta vasco Ramón de Basterra, conocido por su exaltación de la romanidad. Basterra, por otra parte, fue embajador en Rumanía durante la I Guerra Mundial, dejando publicado La obra de Trajano, sobre sus experiencias en este país. No olvidemos que el emperador Trajano, había nacido en Hispalis (Sevilla) y fue el colonizador y civilizador de la Dacia.

Sureda Blanes, retomando esta hilación que ya iniciara Basterra, escribe:

Con esta Rapsodia, sentida tan hondamente en las mesetas ibéricas, renace el lejano avatar que nos une en un común origen y un heroico destino. Allende, los Cárpatos, muralla que cierra el Oriente, besada por el sol que nace; y aquende, las riberas cerradas a toda hegemonìa extraña y abiertas cristianamente a toda la hermandad…

George Calinescu comparó a Cotrus con poetas de la talla de Whitman, Verharen, Block o Esenin. Yo distingo en algunos versos sonoridades de nuestro Julio Garcés (que también se ocupó de Numancia) o de William Ernest Henley (Invicto)…

Desde dacias puertas del sol naciente;
desde atormentados y viejos confines;
desde lejos, desde tan lejos;
desde más allá de la vida y de la muerte;
desde miles y miles de cumbres;
desde las telúricas mesetas de la estirpe;
como un pastor,
con capa de nieve y de tormenta,
con locas miradas;
con alas en los brazos y en los pies;
desciendo, desciendo,
sin prisa,
sobre suaves alfombras de sol,
sobre cambiantes tapices
de relámpagos y de nieblas,
por senderos innúmeros,
con el fusil de la desventura que salta sobre mi hombro,
con el ìgneo manto de los siglos sobre mi hombro,
y con la leyenda del pasado, que viene
como un desmesurado invierno hacia mí.

A través del huracán, terrible y cruel,
me parece oír los bisontes de la eternidad,
y el mar, golpeando y cavando, como en murallas,
en las orillas malditas y cantadas por Ovidio.

Desde más allá de las tinieblas y cimas que espantan,
sin descanso, mi pensamiento viene,
viene hacia ti,
mil veces hermana
de mi patria de las puertas del alba,
¡Iberia, Iberia!
Mensajero me envían de mi estirpe y el sol,
los Cárpatos, el Danubio y los campos todos,
de ofrendas para ti me cargaron los carros.

Desde allá yo traigo, de los montes y los llanos,
como en las carrozas doradas del ensueño,
y en trineos-fantasmas, de cierzo y fuego,
desde las atrevidas fronteras de Trajano:
un cuerno que, desde siglos, sin tregua, llama
en el corazón de selvas amarillas
de una Transilvania de ceños y desventuras,
y desde el país del Danubio y del Mar Negro.

Y como a un pergamino de tempestuosas voevodas,
con pesados sellos: herradura de lava,
y con sus mensajes, a través de lejanías y siglos;
con huracanes que en sus selvas golpean y se derrumban,
a tu puerta de sílex de los Pirineos yo traigo,
como en sordos susurros de moldava floresta,
y de carpático cuerno,
la inquietud y la gloria de mis antepasados.

© Antonio Ruiz Vega, 2002

 

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