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ABANCO/Cosas de Soria

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El Viaje a las fuentes del Duero de Pío Baroja

Pío BarojaHace ya un buen montón de años, la extinta revista EL CORDEL vino reproduciendo fragmentos del libro de Pío Baroja “La obra de Pello Yarza” en la que se incluye su “A orillas del Duero” crónica de la visita efectuada a principio del actual siglo por el autor acompañado de su hermano Ricardo y el suizo Paul Schmitz.

Me dicen que posteriormente el tema fue tratado también en las páginas de SORIA SIETE DIAS, pese a lo cual creo conveniente añadir mis propias impresiones a este testimonio barojiano, añadiendo como novedad la reproducción de tres plumillas a tinta de Ricardo Baroja aparecidas hace ya muchos años en un número monográfico de la revista BLANCO Y NEGRO, así como algunos textos encontrados en otras obras de Barojas siempre relativos a esta peripecia soriana.

Con esto añado la “Soria barojiana” al centón de “sorias” que fueron apareciendo a lo largo de los años en el extinto SORIA SEMANAL.
Hay que precisar que la “Soria” de Baroja sería más amplia, ya que no es esta la única novela en la que él mismo o sus personajes surcan los senderos provinciales.

La estampa, urbana, plasma un viejo coche de caballos, o de mulas a juzgar por la "planta"  de los semovientes. Puede que se trate del vehículo en el que llegaron a Soria

El testimonio de Baroja, personal y directo, tiene el mérito de trazar el bosquejo de cómo era la Soria de ahora casi hace un siglo, es decir, de cuando asistíamos al crepúsculo matutino del mismo, mientras que ahora presenciamos el vespertino, que es al mismo tiempo el de la provincia, por cierto.

La época en la que Baroja llega Soria coincide con una verdadera fiebre viajera de este autor. Poco antes habrá recorrido numerosos itinerarios patrios en compañía de su hermano Ricardo, del también novelista -y estrafalario personaje- Ciro Bayo, amén de un burro o jumento. Al filo del siglo Baroja templaba las cuerdas de su fecunda labor literaria con estos viajes casi anónimos, donde trataba de mezclarse con el paisaje y el paisanaje. En esta ocasión no es Ciro Bayo quien acompaña a los dos hermanos sino un suizo, Paul Schmitz, de quien, muchos años después nos dirá el etnólogo Caro Baroja (sobrino de Pío) en su “Los Baroja” (pág. 84):

“Yo recuerdo, por ejemplo, la llegada de Paul Schmitz, el suizo nietzscheano, tan vinculado a mi familia a comienzos del siglo, en su última escapada a España. Era un hombre alto, flaco, rubio, con barba en punta y expresión medio cándida medio mefistofélica; en los últimos años pasó bastantes apuros en su país porque llevó tan a las últimas consecuencias su fervor nietzscheano que se convirtió en un propagandista del nazismo”.

Este Paul Schmitz, filonazi años después, había acompañado a los hermanos Baroja en otras excursiones tanto por España como por países extranjeros.

El biógrafo Sebastián Juan Arbó en su “Pío Baroja y su tiempo” se refiere también a este episodio

“Durante ese tiempo Baroja llevó a cabo continuas excursiones. En éstas fue siempre acompañado. Era un gran conversador, aficionado, como sabemos, a la disputa, y sentía que el encanto, la gracia de los viajes, estaba en ir acompañado, siempre, naturalmente, que la compañía fuera agradable. Era condición esencial. Había que compartir los entusiasmos, las alegrías, las decepciones, o cuando menos, discutir.

Las principales excursiones las hizo con su hermano y con un suizo, Paul Schmitz, del que hablaremos después. Una de las más importantes fue la que hicieron los dos hermanos con Ciro Bayo en que llegaron hasta Portugal; él, Schmitz y Ricardo escalaron el Urbión en pleno invierno, con los puertos nevados y despreciando las advertencias de los pastores, que les decían que no podrían pasar, y en Jutlandia, en un viaje que emprendió más adelante, con un compañero, llegaría a andar sesenta kilómetros, a pie, en dos días. No se cansaba nunca, de lo cual se alaba repetidas veces; hacía también de esto -de su fortaleza física- una pequeña vanidad.”

(pág 283).

En “La obra de Pello Yarza” hace mención el autor a este viaje a Jutlandia aunque lo antepone a su visita soriana. Arbó lo hace posterior, seguramente alguien de los dos se equivoca. Lo que queda refrendada es la capacidad andariega de Baroja que, pese a todo, las pasa de todos los colores en su ascensión al Urbión.

Añade Arbó en otra página de su obra:

“Al grupo de Baroja se había añadido un personaje nuevo. Era el suizo Paul Schmitz, de quien hemos hablado a propósito de las excursiones. Era un entusiasta de Nietzsche y de su filosofía, de la filosofía en general. Con el tiempo, este suizo había de tener una gran importancia en la vida de Baroja, y sobre todo, en sus ideas.

Era Paul Schmitz descendiente de alemanes. Había llegado a Madrid un poco enamorado de las cosas de España y un poco más con la esperanza de curarse de una enfermedad del pecho. Se quedó tres años en España. Por entonces sus ocupaciones consistían en dar lecciones de alemán y escribir para periódicos suizos.”

En sus dos tomos de memorias “Desde la última vuelta del camino” (Editorial Planeta) retoma Baroja el tema de su excursión y, ya desde la decrépita senectud, vuelve la mirada hacia esos años aurorales, cuando nacía el siglo:

“Varios recuerdos tengo de mi amistad con Schmitz. Una vez fuimos, en pleno invierno, al pico de Urbión, en Soria.

En la posada de un pueblo del camino, en Vinuesa, donde nos paramos, desconfió de nosotros el posadero. Como el interior estaba tan negro y tan sombrío, Schmitz pidió que nos pusieran una mesa en el corral, donde daba el sol.

El posadero preparó la mesa a la que debíamos sentarnos, y echó sal deliberadamente sobre el mantel, en lo que yo creo que había un conjuro.

Notamos todos el adusto recibimiento, y cuando el hombre parecía algo más tranquilizado, le dije yo:

-Sí, claro es, se desconfía de las gentes de paso. Es natural. En una aldea de la sierra del Guadarrama pensaron de nosotros que andábamos por allí para sacar las mantecas a los chicos.

El posadero nos miró y nos dijo:

-Y todo podía ser.

Nos quedamos atónitos.

Después, yo publiqué un artículo en Los lunes de “El Imparcial”, contando lo que nos había pasado en Vinuesa, y, además, lo que había ocurrido al salir del pueblo.

Habíamos preguntado a las mujeres de un lavadero por el camino de La Muedra. Creyeron ellas que se trataba de una burla, y comenzaron a insultarnos. Salimos de allí con miedo de que nos tiraran piedras, y un pastor nos dio una dirección falsa, y nos encontramos que se nos hacía de noche, y tuvimos que pasar el Duero, que iba helado, con el agua hasta el cuello.

Hoy no lo hubiera hecho, aunque me hubieran amenazado con matarme.”

La técnica utilizada por Ricardo Baroja, en estas vistas rápidas, apenas esbozos de la realidad de la excursión soriana, parece ser la de la plumilla, aunque en este caso el apunte ha sido enriquecido con veladuras de acuarela que no se aprecian en la reporducción. Los cuatro personajes, de iaquiera a derecha, son los dos serviciales aunque algo bruscos guardias civiles del puesto de Covaleda, el propio novelista, que lleva unas alforjas, y el suizo Schmitz, de quien sabemos que era el más alto del grupo. el propio Ricardo, autor de la plumilla, no aparece, evidentemente, en la misma.

En "La obra de Pello Yarza" no hace Baroja mención a estos sucedidos que tan baja dejan la reputación de nuestros comprovincianos pretéritos. No es poca cosa pasar por sacamantecas ni el ser burlados por lavalanas o mandados al precipicio por un pastor, oficio éste donde suele destacarse la bonhomía y no, como es el caso, la directa mala baba.

La imagen de Soria queda así abocetada como un lugar eminentemente gélido, poblado por gentes atrasadas y retrógradas que creen en encantamientos, maleficios y aojamientos, que descreen de las buenas intenciones de unos primitivos turistas que, por mero deporte se atrevían a desafiar las iras del padre Urbión.

El tramo entre Soria y Covaleda, atravesado en medio de los rigores del invierno, levanta el vello con su descripción.

Densa niebla les acompaña, "el suelo sonaba como piedra bajo los cascos de las caballerías", poco a poco van pasando aldeas anónimas entre la niebla.

Las estampas son intemporales: "hombres de capa parda, de anguarina con capucha, que pasaban braceando, siguiendo las caballerías cargadas de leña; mujeres envueltas en mantones oscuros, con franjas de carmín tostado y pañuelos ceñidos a las sienes, que andaban balanceando la campana de su refajo".

Poco más adelante se topan con una caravana de carretas cargadas de leña, recuerdo vivo de la célebre Cabaña de Carretería soriano-burgalesa que tan gran importancia tendría en tiempos anteriores.

En Covaleda son auxiliados por dos guardias civiles del puesto quienes, finalmente, les acompañaran en su travesía.

La prueba resultará dura para los viajeros, pese a haber alardeado poco antes de conocedores de cumbres mayores, como el Jüngfrau.

El andar por la nieve, espoleados por la ironía de los civiles, no resulta tarea agradable, pero, finalmente, el premio de una vista inigualable en la que, por cierto, el novelista afirma divisar tal número de cumbres y cordilleras (desde Gredos a Albarracín) que cabe preguntarse si su imaginación le traiciona o se trataba de un día excepcionalmente claro...

A la postre, la "tournee" les dejará un recuerdo agridulce coincidiendo con anteriores viajeros en la apreciación positiva del paisaje soriano y en el relativo desprecio del "paisanaje", no siempre a la altura del primero.

En esta tercera plumilla de Ricardo Baroja, siempre dentro de su estilo denso y emborronado, vemos a una figura que parece "conducida" por los civiles, puede tratarse del propio Pío, quien en la ilustración anterior llevaba también las alforjas. Los trazos en diagonal dan idea del severo rigor de la estación.

© Antonio Ruiz Vega
publicado en este número

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