Pelayo Ortega (2)

       

 

Habitar la pintura

 

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Otro cuadro de Pelayo Ortega en la sección XXV Aniversario

 

  DIBUJO METAFíSICO, ALMA PURA

 La trayectoria de Pelayo Ortega es una oda constante a la pintura.Y lo es porque él, fundamentalmente, habita la pintura. En cuerpo y alma. Y porque lo hace, además, de un modo exhaustivo, obsesivo, inteligente, eficaz y distinto. Una manera de actuar que define, sólamente, a los artistas íntegros.

Además, en cada momento, la cotidianeidad ha sido parte esencial del trabajo de Pelayo Ortega. Sus reivindicaciones, que expresa, a menudo, con un tesón acongojante, se nutren de vivencias, presencias y ausencias, que remiten una y otra vez a ese entorno habitado. Por eso mismo, en esta exposición hemos querido incidir en ambas cuali­dades, ejemplificando esa pureza plástica que Pelayo Ortega ha man­tenido Impertémta desde comienzos de los ochenta, y subrayando también esa "historia pintada", que parte de su hábitat directo, su querido Gijón, su ciudad y sus bamos, pisados sin prisa, para desarrollar historias. Un principio sin fin.

El pintor en su estudio (Gijón, 2003)La selección de obras elegidas para esta monografía sobre Pelayo Ortega -dentro del proyecto generacional Habitar la pintura. Seis miradas desde Gijón, Junto a otros cinco compañeros- pretende transmitir al espectador tales principios. Y lo hace, además, homenaje­ando al dibujo, disciplina en la que el artista se ha confirmado, hace ya muchos años, como uno de los grandes nombres del panorama nacional. En este sentido, hemos seleccionado más de dos decenas de obras, de distintas etapas, e inéditas en su mayoría, cuyo nexo común son la ciudad y el entorno habitado, la propia metodología formal y expresiva del pintor -trazos, contornos, iconos, gestos, austeridad compositiva, reflexión- y ese hermoso dinamismo dibujísti­co, libre y depurado, que le caracteriza. 

Se representan las series más atractivas de los años ochenta y noventa, especialmente aquellas donde el dibujo tiene aspectos especialmente originales, y contundentes respecto al grueso de la trayec­toria orteguiana. Hay, por tanto, ejemplos de los años ochenta, con impetuosas espirales que recrean el dibujo de la etapa expresionista y neofigurativa de principios de los ochenta, con las escenografías metafísicas que incorporan algunas lecturas sobre la ciudad, y, por supuesto, con la maravillosa edad de La provincia. Para esta última, ya conocida por el público asturiano, hemos buscado arrabales y com­posiciones poco habituales en anteriores exposiciones, con el fin de aportar nuevas luces a un periodo que merece la pena repasar:

En los años noventa, la provincia blanca se llena de contrastes, que aquí confluyen. Sutiles tensiones entre grises y blancos, de colores templados que aún arropan a las luces norteñas, con escenas repletas de ternura, y miradas de guiños infantiles. Guiños al espacio, y a ese Gijón racionalista, que el pintor tanto admira, y referencias anónimas a instantes que detienen el tiempo. El dibujo se sintetiza, convirtién­dose en línea, en línea blanca de esa provincia blanca que habla de un alma, blanca y pura. Y llegamos, finalmente, al campo de la pintura, arando la pasta pictórica como quien siembra, por si fuese posible, en un futuro, seguir captando frutos.

Respetando, además, el centro elegido para la exposición -el Museo Nicanor Piñole- la selección de obras de Pelayo Ortega ha sido concebida también como un velado homenaje al maestro, dueño de silencios, pintor para pintores, germen de unas pocas conciencias que, como el protagonista de estas páginas, han sabido defender la pintura y la ciudad, habitando calles y materia, en armonía.

© Texto: Ángel Antonio Rodriguez.
© Fotografías: Catálogo para la Exposición del Museo Nicanor Piñole, Gijón, junio de 2003.
Llibros del Pexe. Ayuntamiento de Gijón, 2003.


Pelayo Ortega (1)


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