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Un "disidente soriano", el rabino José Albo

 

A lo largo del tiempo numerosos pueblos han pasado por el actual solar de la provincia de Soria aportando cada cual sus rasgos culturales y etnológicos correspondientes, unos en mayor medida que otros.

Si parece generalmente admitido que el único pueblo que verdaderamente logró entrañar en el ánima misma del pueblo soriano fue el céltico, no lo es menos el que las sucesivas aportaciones romanas, visigóticas, islámicas y las sucesivas cántabras, aragonesas o vasconas, debieron en algo conformar la etnia soriana.

Pero el rastro judaico, de menor incidencia que los anteriores, hubo también de aportar algo y hay que considerar que entre las “Sorias” que hemos citado algún lugar debemos dejar para la “Soria hebraica”.

De todos es conocido que la judería se albergó en Soria en el Cerro del Castillo y en sus faldas. Triste es corroborar que ni rastro queda de la misma, que fue importante y densamente poblada. Parece ser el sino de una ciudad a la que generalmente se la llama tranquila o recoleta haya tenido, sin embargo, un dinamismo urbanístico notable que ha dado cuenta a lo largo de los siglos, con una especial exacerbación en las cuatro últimas décadas, con el grueso de nuestro patrimonio arquitectónico. Poco más de unos pocos restos arqueológicos es lo que nos queda de la judería soriana y cabe preguntarse si futuras excavaciones no nos depararán alguna muestra más de la vida de aquellos sorianos de confesión mosaica.


Lápida hebrea del Cerro del Castillo

No hubo verdadera mezcla de razas entre ambas comunidades, salvo excepciones, no tanto porque los cristianos la repudiaran, aunque sí lo hacían y ahí están las poco halagüeñas referencias a los semitas en el Fuero de Soria, sino porque los mismos hebreos no tenían entre sus fines nada más allá de conseguir el máximo respeto y protección por parte del poder establecido. Respeto que, por otra parte, solían saber granjearse relativamente bien ya que eran adinerados (aunque sería más propio decir que “entre ellos había grandes adinerados”, por cuanto no todos lo eran, obviamente) y a menudo banqueros de los nobles o del mismo Rey.

Leemos en la Historia de Soria del CES que, al momento de su expulsión, las dos terceras partes de los comerciantes de lanas eran israelitas.

Además de José (o Yussuf) Albo otros circuncisos notables fueron los de la familia Benveniste, como Abraham, que fuera rabino Mayor de Castilla y  tesorero de Juan II.

Nuestro hombre no nace en Soria sino en Daroca en 1380, según unos, y en Monreal de Ariza, según otros, per sí que reside 6 o más lustros en nuestra ciudad y muere en ella en 1.444. Y es en Soria donde, tras la famosa “Disputa de Tortosa”, escribe su Iqqarim (“Dogmas” o “Principios”) de gran difusión en su tiempo y aún después.

Además de su faceta religiosa (fue rabino de la aljama soriana) se le conoce como médico o filósofo (mejor sería decir “teólogo”).

La tal “Disputa de Tortosa” fue en realidad un combate dialéctico mediante el cual la Cristiandad pretendía “llevar al huerto” a los sefardíes y evitar así posteriores medidas de fuerza o la temida expulsión, que fue lo que finalmente sucedió.

El organizador de tan curiosa iniciativa fue el llamado Papa Luna, si bien en el periodo en el que era todavía considerado pontífice a todos los efectos con el nombre de Benedicto III. Al frente del equipo de doctores de la iglesia se encontraba un reciente converso llamado Jerónimo de Santa Fe a raíz de su conversión, pero cuyo verdadero nombre era Josué Lorquí. En el equipo del Pueblo Elegido se agrupaban 7 rabinos de gran fama capitaneados por José Albo, de Soria.

No hay unanimidad en cuanto a si  el clima que imperaba en la “Disputa” era de sana imparcialidad o al menos de tolerancia y “fairplay” o si por el contrario el árbitro y los linieres eran inconfundiblemente caseros. David Gonzalo Maeso, en su La judería de Soria y el Rabino José Albo recoge dos testimonios contradictorios mientras que Rabal opina que hubo cierto respeto por las opiniones de los rabins puesto que: invitose a la discusión a todos los doctores y rabinos de las aljamas, prometiéndoles escuchar cuantas razones se les ocurriera exponer en defensa de su Talmud.

Lo cierto es que tras larguísimas sesiones los judíos vieron cierto peligro en sus puntos de vista y diéronse por vencidos, estando ya dispuestos a convertirse al cristianismo. Lo que hubieran hecho a no ser por la decidida actitud de Albo, quien en compañía del rabino gerundense Ferrer se negaron a suscribir la cédula que les pusieron a la firma.

A partir de ese momento Albo se retira a Soria con el firme propósito de defender la fe del Talmud y escribe para ello su famoso Iqqarim que todavía se reedita en nuestros días así como otra obra ya perdida que se redactó en castellano.

En el Iqqarim o Igarín se ponía de vuelta y media a la religión cristiana, incidiendo especialmente en asuntos como la Eucaristía, la Santísima Trinidad o el sacrificio de la Misa. Tal obra, de especial claridad,  aunque según algunos no demasiado original ni brillante, provocó un verdadero “rearme ideológico” entre el pueblo sefardita, haciendo imposible la pretensión cristiana de acercamiento. No cabe negar que esta valiente actitud de Albo esté el principio de un proceso que desemboca, claramente, en la expulsión, una vez demostrada la imposibilidad de asimilarlos.

En esta ocasión –y hay otras en la historia- un soriano, haciendo gala de una rebeldía que parece consustancial con la tierra, tuerce el curso de la historia, no vamos a entrar ahora en si para bien o para mal.

David Gonzalo Maeso, en el opúsculo que hemos mencionado, hace hincapié en la importancia de Albo dentro de la teología hebraica y llega hasta solicitar para el mismo el público reconocimiento del pueblo de Soria y aún que:

Ojalá consiguiera se plasmara el honor y la estimación que esta ciudad profesa a sus hombres ilustres, en algún busto o estatua en honor del mencionado filósofo religioso, como han hecho en los últimos años Córdoba y Málaga con otros personajes judíos de fama mundial: Maimónides el gran polígrafo cordobés e Ibn Gabirol, poeta y filósofo malagueño de altos vuelos.

No es mala idea y habría que tenerlo en cuenta para el futuro. El pueblo de Soria daría con ello buena muestra de tolerancia y espíritu universalista a la vez que reclamaría un interesante episodio de su pasado. Ni que decir tiene que tal hecho podría granjearnos ciertas simpatías con el gobierno de Israel que, ya es mucho suponer, a lo mejor podría enviar una delegación para el acto inaugural. Sería la ocasión para que Soria tomara alguna decisión por su cuenta y es a base de estos actos soberanos que un pueblo entra  o se mantiene en la historia.

Lápida hebrea de Soria (dibujo de Teógenes Ortega)
Lápida hebrea de Soria (dibujo de Teógenes Ortego Frías)

Este artículo se escribió y publicó hace unos 13 años y es pura rutina el confirmar (si es que hiciera falta) que el encefalograma de todos los gobernantes y de todos los cargos electos, sean del partido que sean, desde aquella fecha, se ha mantenido perfectamente plano...

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