DIEGO MAQUINISTA

 

 

 

Diego es un niño que vive cerca de la estación de ferrocarril. Su gran afición son los trenes y todo cuanto los rodea. Desde que nació, le han acompañado la imagen y el sonido de las grandes locomotoras. Durante un tiempo, aquellas enormes máquinas le habían dado miedo, pero después, cuando subió por primera vez a una de ellas, quedó hechizado para siempre.

El niño era muy apreciado por los trabajadores de la estación, que lo trataban como uno de ellos, permitiéndole que participase en las distintas actividades. Uno de sus grandes amigos era Silvio, el Mozo encargado de manejar los carros de los equipajes y las mercancías. Su misión era llevar todas estas cosas desde el almacén a los trenes o al revés, según fuesen de salida o de llegada. Diego le ayudaba; subido al carro vigilaba que los paquetes que había colocado Silvio no se cayesen durante el trayecto.

También le encantaba acompañar al Jefe de Estación cuando éste iba a dar la salida a los trenes. Don Manuel le dejaba ponerse su gorra y que llevase el banderín. Como Diego era muy pequeño, la gorra le tapaba los ojos y debía de cogerse de la mano de su amigo para evitar tropezar y caerse. Sentía una gran emoción cuando Don Manuel levantando su banderín y, haciendo sonar su silbato, daba la orden de salida al tren. El maquinista respondía haciendo pitar a la locomotora y ésta, soltando un bufido de satisfacción, soltaba vapor e iniciaba la marcha. Diego soñaba que algún día él iría a los mandos de aquel tren y con él recorrería el país. No imaginaba mejor oficio que el de maquinista. Podría recorrer muchos sitios trasladando a la gente en busca de sus ilusiones. Los había que viajaban por placer, otros en busca de trabajo y muchos para reunirse con familiares lejanos. Diego y su locomotora harían posible que sus sueños se cumpliesen.

Mientras aquel día llegaba, nuestro amigo se conformaba con que Joan y Ezequiel (Maquinista y Fogonero respectivamente) le dejasen subir en Esmeralda, la mejor locomotora de aquel Depósito. Había una verdadera competición entre todos los maquinistas y fogoneros para que su máquina fuese la mejor. Les ponían nombre y las acicalaban como si tuviesen que ir de fiesta, operación que repetían después de cada viaje dejándolas limpias y relucientes. Diego ayudaba a sus amigos a mantener a Esmeralda como la reina entre sus compañeras. Éstos, como premio, dejaban que el niño los acompañase alguna vez hasta un apartadero cercano o cuando realizaban maniobras en la estación. Cuando hacía uno de aquellos pequeños viajes, Diego (que inevitablemente volvía con la cara negra de carbonilla) no se lavaba hasta que todos lo habían visto. Después caminaba orgulloso hasta su casa, como si viniese de vuelta de un duro día de trabajo. Por la noche la emoción no le dejaba conciliar el sueño y, cuando por fin se dormía, soñaba siempre con hermosos campos cubiertos de amapolas, que él atravesaba con su tren.

 

 

El año había empezado con mucho frío, aunque en aquellas tierras eso no era ninguna novedad. El calendario marcaba el 5 de enero y las Fiestas Navideñas se acababan. Una gran nevada cubría la ciudad y todos los caminos que llevaban hasta ella. Joan no había salido de viaje aquel día y se entretenía poniendo a punto a Esmeralda. Lo acompañaban Ezequiel y Diego. Los dos hombres habían prometido al muchacho un buen tazón de chocolate y estaban deseando terminar. En esto vieron llegar a Marcelo, el Jefe de Depósito, que se acercaba hasta ellos con cara de preocupación. Joan lo conocía bien y enseguida se imaginó que algo grave pasaba. Dirigiéndose a él le dijo:

-¿Qué ocurre Marcelo, algo no marcha bien?

- Así es- contestó éste -. Me llegan noticias de que el mal estado de los caminos impide transitar por ellos y si la situación no mejora va a ocurrir una cosa muy grave. Entre los que se encuentran atrapados por la nevada están Sus Majestades Los Reyes Magos. Su comitiva no puede avanzar porque los camellos, que van muy cargados se hunden en la nieve.

- Efectivamente es una mala noticia - dijo Joan- ya faltan pocas horas para que los niños puedan recibir sus regalos y no hay tiempo para que la nieve desaparezca. Realmente haría falta un milagro.
En esto oyeron la voz de Diego que les decía:

- El milagro lo tenemos y se llama Esmeralda.

- Es cierto - asintieron los tres hombres (Ezequiel también se había sumado a la conversación)-, podemos intentar llegar hasta la Comitiva Real utilizando la vieja vía de Los Royales.

Se pusieron manos a la obra y colocaron a Esmeralda su faldón quitanieves pero, cuando lo habían hecho, se dieron cuenta de que tenían otro problema. Con la locomotora podrían despejar la vía pero, ¿cómo llegarían los camellos hasta el tren? La solución la aportó otra vez Diego, acordándose de una historia que le contaba su padre sobre los madereros. Aquel le explicaba como los leñadores, al no tener caminos para sacar los árboles de la montaña, aprovechaban los ríos para enviar los troncos aguas abajo. También le decía que a menudo sobre estos troncos se colocaba gente para guiarlos. Pues bien, si se podía utilizar un tronco para caminar sobre el agua, mejor se haría sobre la nieve. La idea fue acogida con entusiasmo y acoplaron a Esmeralda dos vagones, cargados de troncos, llegados a la estación el día anterior. ¿Qué suerte, no?

Habían avisado a Don Manuel y a otros compañeros ferroviarios, los cuales acudieron rápidamente para colaborar en lo que hiciese falta. Por la ciudad se había corrido la voz de que Los Reyes estaban atrapados con la nevada y quizás no podrían llegar y los niños lloraban desconsolados. Don Manuel, envió un emisario para que todos supiesen lo que se estaba intentando hacer desde la estación. Poco a poco, hasta ella iba llegando una multitud que la llenó por completo. Algunos, llevaban antorchas y otros, faroles de aceite para dar la bienvenida a los ilustres visitantes. También el alcalde, informado de aquella iniciativa, avisó a la Banda Municipal para que fuesen hasta allí para amenizar la espera y recibir a Los Reyes con música. Él mismo, acompañado de todos sus concejales, se dirigió al recinto ferroviario.

 

 

Esmeralda resoplaba avanzando entre la nieve. Llevaba acoplados los dos vagones de troncos y otros dos para poder acomodar toda la Caravana Real. Joan manejaba la locomotora con mimo y Marcelo y Ezequiel no paraban de echar carbón a su caldera. Con ellos, Diego, iba atento a todo, pero con el corazón encogido por si la aventura no tenía éxito. Al fin y al cabo él también era un niño y esperaba con ilusión el día de Reyes.

Por fin vieron una pequeña fogata a unos cien metros de la vía. En la misma, tratando de ahuyentar el frío, había mucha gente ataviada al estilo oriental. También estaban los camellos cargados con todo lo que habían pedido los niños a Los Reyes.

Los pajes se acercaron, llegando con bastante dificultad hasta el tren. Ayudados por los ferroviarios, empezaron a tirar sobre la nieve los troncos de los vagones, fabricando un camino de madera. Pasando sobre él, toda la comitiva, encabezada por Los Reyes, llegó hasta el tren. Diego no cabía en si de gozo, habían conseguido rescatar a Sus Majestades, y además los tenía tan cerca que podía tocarlos. Pero fueron ellos los que, acercándose al muchacho, lo besaron y le dieron las gracias por ser un chico tan listo e ingenioso.

La llegada a la estación fue apoteósica. Casi todos los habitantes de la ciudad estaban allí congregados. Joan detuvo el tren en el andén principal y, a los sones de la Banda, la Comitiva Real se apeó del mismo. Esmeralda hacía oír su silbato y de su chimenea salía un humo que lo inundaba todo. Los Reyes, después de saludar a todo el mundo, dijeron a los niños que marchasen para sus casas y fuesen pronto para cama. Ellos iban a reponerse del viaje y durante la noche, repartirían los regalos que los niños encontrarían, al despertar, por la mañana.

Poco a poco la estación fue quedando vacía. Joan y Ezequiel llevaron su locomotora hasta el Depósito, donde le quitarían la nieve que todavía llevaba encima. Hoy más que nunca Esmeralda merecía toda su atención. Diego quiso ayudarles, pero sus amigos le dijeron que se fuese para casa. Al fin y al cabo él también era un niño y tenía que hacer caso a Los Reyes.

Camino de su casa el niño pensaba que, si bien había pedido algún juguete que esperaba encontrar al día siguiente, el verdadero regalo lo había recibido ya con la emocionante aventura vivida aquel día.

 

 

 

© Matías Ortega Carmona

 

 

 

Nota del autor:

Este cuento fue escrito para Diego, protagonista de alguna de mis historias. También es un homenaje a aquellos niños sorianos que, en alguna ocasión, acudieron a la Estación del Cañuelo a recibir a los Reyes Magos, llenando de vida e ilusión ese viejo recinto ferroviario.

Las imágenes que ilustran esta historia, a excepción de la fotografía de Diego, han sido sacadas de páginas de Internet.