Me daba un poco de pena el chaval aquel porque hasta ayer mismo no había sabido lo que era la nieve, y andaba con la nariz pegada a los cristales con ojos de pasmo viéndola caer mansamente sin poder moverse de la silla de ruedas.

- ¿Lo ves? Esto es la nieve -le dije cuando fui a visitarle-. Aquí  nieva mucho y todo se pone blanco. Te he subido una poca para que la veas. Tócala. Es fría y blanda. Se deshace entre los dedos, y si se calienta, desaparece: es mágica. Cuando cae, si la pisas, se queja; pero puedes hacer con ella bolas y atizar pellazos al que se te ponga delante; a mí me dieron una vez en el ojo y estuve un rato viendo chispitas de colores; también hacemos muñecos con una panza gorda, cara con ojos de carbón y nariz de palo. Claro, que como tú vienes de África, pues no sabes muchas cosas de las que pasan en Soria… Lo que no me imagino es cómo os apañáis para montar el belén en tu pueblo. Porque para nosotros es muy fácil: en cuanto llega el frío, ya sabemos que la Navidad está cerca, y don Nicolás, el cura, empieza a remover cajas y cajones sacando las figuritas envueltas en papel de periódicos viejos. Y una mañana soleada de diciembre vamos al monte a buscar musgo, piedras con verdín, cortezas de árbol, muérdago y todas esas cosas que se encuentran por entre los pinos para decorar el nacimiento... El arroyo siempre lo hacemos con la plata del chocolate Zahor  y la nieve, la de mentira, con copos de algodón, porque la otra, la de verdad, con el calor se deshace y no sirve para el nacimiento...

Cuando dije “copos de algodón”, Eusebio N’dongo, el chaval que  había venido de Guinea para operarse de una  pierna, exclamó con ojos encendidos: “¡Nieve de algodón, como en Mbini, mi pueblo!”, porque había comprendido que los dos empleábamos el mismo truco para   representar la nieve del belén: el algodón.  En el fondo -pensaba él-, no éramos tan distintos.

Y seguía mirando con ojos de pasmo los árboles encaramados tras  los cristales. 

La verdad, me daba un poco de pena que en su pueblo no hubiera  nieve, nuestro juguete preferido en tiempo de Navidad:

- Mañana te subiré más para que la huelas y la puedas chupar,  verás qué cosa más buena.

- Gracias -me dijo él con su cara negra de dientes blanquísimos y  ojos grandes.

Fuera, Covaleda estaba blanca y quieta. Había luces de colores y  galanuras por las calles, las mismas que pisarían los Reyes Magos cargados de juguetes, en aquellos días felices, cuando ni siquera sabíamos que existía un tal Papá Noel panzudo y feo...

© Pedro Sanz