LA SORIA MAGICA Y LEGENDARIA

La Barrosa de Abejar

 

En la linde de la mancha pinariega está el pueblo de Abejar. Famoso por su virgen negra y por las ruinas llamadas de "Piedra-hita" lo es aún más por ser donde se celebra un viejo ritual entre carnavalesco y mitológico, de incierto origen, conocido en Soria y su provincia como "La Barrosa de Abejar". Gracias a lo desusado de la fecha de celebración (hacia mediados de febrero), conserva el carácter de un acontecimiento popular relativamente íntimo, aunque cada vez acudan más visitantes.

La Barrosa, en sí, no es más que un armazón de madera que se viste con unas telas blancas. Lleva cosidas cintas amarillas, rojas, verdes y azules. En su proa lleva la graciosa faz de toro, amén de los correspondientes cuernos, que son auténticos.

Dentro de este aparejo se sitúa el mozo llamado "barrosero", sosteniéndolo con sus hombros. Su cabeza sobresale sobre el lomo de la vaquilla. Este barrosero, y su acompañante, van vestidos con trajes blancos de corte anacrónico, complementados con un cinturón o estrecha faja amén de un sombrero muy similar al llamado "cordobés" y unas polainas de cuero negro. El barrosero acólito porta un látigo con el que aleja, o finge alejar, a la siempre abundante chiquillería.

La Barrosa es cosa de mozos, quintados por más señas y, a su modo, y de igual manera que otras fiestas sorianas, es un rito de paso apenas encubierto. Los barroseros son los amos del cotarro. Van por las calles, piden en todas las puertas y antaño se atrevían a corretear a quienes topaban por la calle y no les caían simpáticos. Hacían asimismo incursiones por la iglesia, sacando a cornalones al cura de su escondrijo. O embestían medio en broma medio en serio al ayuntamiento en pleno. Nadie rechistaba, era el día mágico: el día de los mozos. Hoy la cosa no da para tales desplantes ácratas, aunque algo de aquél espíritu quede.

Cuando la noche cae La Barrosa comete sus últimas tropelías y entonces se finge darle muerte con unos disparos de fogueo. su cadáver se dispone sobre un tapial, que no es sino el lateral del tablamento de un carro, y se la pasea compugnidamente por las calles. Antaño, una vez muerta La Barrosa y colocada sobre el izado tapial, se vaciaba sobre su pellejo un torrente de vino, mientras los chavales, agazapados debajo, se empapaban con el chaparrón y bebían lo que podían. Lamentos de generaciones de madres, maldiciendo el rito a causa de las "coladas" del día siguiente han acabado con tales despilfarros. Pero en cambio, se sigue celebrando una comida ritual, solo para hombres que, aunque quizá haya perdido parte de su sentido primero, todavía guarda interés.

Barroseros con La BarrosaComo primera medida se procede a despachar a las féminas, sin excepción alguna que valga. Esta drástica disposición ha sufrido violentos embates durante los últimos años, debido al galopante feminismo que nos invade. Por ello, un año, las mujeres lograron imponer su presencia en la mesa de los célibes, mas con escasos resultados ya que, admitirlas las admitieron, mas sin prestarles la menor atención. Apiñadas en un extremo de la mesa no consiguieron catar sino algunos despojos que los varones les arrojaban entre bromas. La experiencia no se ha repetido.

Es regla no escrita que el ágape sea a base de elementos que no exijan cocción, pues en este proceso han de intervenir por lo general las manos femeninas, lo que los contaminaría. También es indispensable que las viandas se hayan obtenido "de matute", es decir, sin el permiso explícito de las amas de casa. Se agarra, entonces, furtivamente, lo primero que se pilla por la cocina y, transportándolo en el improvisado zurrón del abrigo o la zamarra, se lleva al convite. Asoman así embutidos, jamones, quesos, variadas latas, cebollas y aceitunas. Y, claro: vino, mucho vino.

En esta cena toma lugar principal una enorme crátera de cerámica que, llena de vino hasta los bordes, girará por la mesa, de comensal en comensal. Los barroseros, prodigiosamente resucitados de su muerte ritual, darán un pequeño discurso y el alcalde los emulará, aunque temo que esto sea reciente añadido.
Más tarde lo caballeros de esta mesa, que si bien no es redonda a más de uno empieza a parecérselo, abandonarán el lugar y partirán, haciendo zigs-zags, a sus casas. Hasta otro año.

La tarea de buscar posibles explicaciones o antecedentes a La Barrosa es apasionante y además tiene el aliciente de que no ha sido emprendida. No encontramos a propósito de La Barrosa la bibliografía más o menos voluminosa que existe respecto a El Paso del Fuego de San Pedro Manrique o El Toro Jubilo de Medinaceli, por poner dos ejemplos.

Lo primero que puede sorprendernos es su propio nombre: Barrosa. Por Andalucía, en las fiestas patronales, salen toros que llaman "barrosos" y el profesor J.M. Blazquez, en su "Diccionario de las religiones pre-romanas de Hispania" habla de la leyenda hispano-lusa del "Toro Barroso": Un pastor se enamora de una dama y ella accede a sus pretensiones siempre y cuando él sacrifique a su más precioso novillo y le entregue su corazón. El propio término denota, en el caso de Abejar, su género femenino. Debemos de entender que se alude a una vaca o vaquilla. También en "Los Toros" de Cossio, se recoge la palabra "barroso", que alude a un toro de piel oscura, casi negra.

La tradición de disfrazarse con atributos táuricos no es, ni mucho menos, reciente. El mismo Blazquez, y Caro Baroja, nos hablan de viejísimas costumbres emparentadas con estas mascaradas, a menudo carnavalescas.

Si observamos minuciosamente el rito soriano, y sustituimos la difunta vaquilla de mentiras que es la Barrosa por un toro hecho y derecho y realizamos el mismo proceso convirtiendo el vino en sangre del dios ( al fin y al cabo se hace todos los días en los templos), tendremos entonces un clarísimo taurobolio. Muy parecido a dos antiquísimos cultos sacrificiales: los cultos de Mitra y Atis...

...Debemos considerar tanto al culto de Atis, como al de Mitra, por otra parte tan parecidos, como procedentes ambos de un tronco común, cuyos antecedentes se pierden en la bruma de la mitología hindoeuropea. Cabe, pues, añadir a la hipótesis de que este tipo de cultos fueran traídos por las legiones romanas al hecho de que podamos encontrarnos ante un brote autóctono del longevo árbol ario.

Dos aprendices de barroseros Tampoco parece aislado dentro del folclore soriano este rito. No solamente porque esté imbricado y entroncado con el conjunto de ritos táuricos, al que claramente pertenece, sino porque hay algunos aspectos muy similares en la "fiesta de los mozos" que se celebraba hasta no hace muchos años en Romanillos de Medina. Allí, al dar muerte al "Capellán", lo que por cierto se hace de modo idéntico a como se ejecutaba a La Barrosa, se deposita su cadáver sobre un tapial, o mesa, y se riega generosamente con el vino de una bota.

Este simbolismo que hace equivaler al vino con la sangre del animal simbólico bien merece ser destacado como uno de los "leit-motiv" que pudieran definir la vaga espiritualidad sorianista o celtibérica que se produce y se conmemora, con importantes excepciones, en el solsticio de verano y que Chesley Baity llegó a llamar, ebria de entusiasmo, "solsticial madness".

Lo encontramos en la fiesta de las Calderas de la capital donde se entrega (o se entregaba, que ese es otro cantar) a cada feligrés la carne del toro y el vino, a modo de comunión en ambas formas y aparece, como hemos visto, en Abejar y Romanillos con idéntico sentido. Ello por no hablar de todas las becerradas y calderetas provinciales, que repiten el mismo o parecido esquema que las fiestas de San Juan capitalinas.

Con letras de oro quisiéramos que figurara un testimonio, relacionado con los cultos del toro en Soria, narrado por el llorado y añorado Juan Antonio Gaya Nuño, en su "Santero de San Saturio":

"Otros carnavales, cuando ya había estudiado a Breuil y a Obermaier, sorprendí, en unión de Taracena, y en un pueblo que no me acuerdo si era Yelo o Conquezuela, algo que era un puro asombro, todo un capítulo de prehistoria viva y palpitante: los mozos se habían puesto cuernos y rabos de toro, pintado el rostro de negro y bermellón y corrían componiendo la más tremenda estampa paleolítica".

No he encontrado ninguna otra referencia bibliográfica de este rito ni, aunque he indagado en ambas localidades, he conseguido hallar testimonio alguno. Por otra parte, tal como dice Gaya, sí que parece tratarse de un remotísimo carnaval ante el cual, como ante tantas otras cosas, uno no puede sino corroborar la desagradable impresión de haber nacido demasiado tarde. Tanto se ha perdido ya.

© Antonio Ruiz Vega
La Soria Mágica. Fiestas y Tradiciones Populares

 

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