Un grupo de amigos fuimos hasta el despoblado de Vea. Éramos doce 
    personas y la perrita Rata. José Luis Bravo hizo unas magníficas fotos, 
    Satur llevó unos exquisitos rosquillos caseros y todos cogimos moras maduras 
    y dulces. 
    Seguimos el curso del río Linares, abundante de agua, hasta el despoblado 
    cuya visita era ya apremiante para Mario San Miguel. El día era luminoso, 
    más veraniego que otoñal, y el paisaje cautivó, como tantas veces, a todos 
    los que ese día nos unimos para recorrer, caminando, los siete kilómetros 
    que separan Vea de San Pedro Manrique.
    Pasamos por los molinos del “tío Sastre”, de “los huérfanos”, del “tío 
    Juan”, del “tío Paco”, por la fábrica de telas “Zenón”, otro molino de 
    nombre “el Mateo” y por la antigua central eléctrica de Buitrago, este 
    último también conocido como “molino de la media legua”. En realidad todos 
    ellos no eran otra cosa que edificios de piedra deshabitados y medio en 
    ruinas, a excepción de alguno que últimamente están rehabilitando. 
    Tuvimos ocasión de ver de nuevo cómo el roble se abre paso entre los pinos 
    de repoblación, retuerce sus todavía débiles troncos y les va ganando 
    terreno. El arroyo de San Fructuoso, que llega desde los cimientos que 
    todavía perviven de la ermita del mismo nombre (templo que tuvo cofradía y 
    santero) descendía también abundante de agua para unirse al Linares por 
    debajo de un puente fabricado de lajas de piedra negra. Los buitres formaban 
    círculo alrededor de la peña del Espejo. 
    Una vez cruzado el río y en el interior del pueblo, la mayoría de nosotros, 
    sobre todo aquellos que por primera vez visitaban un lugar despoblado, se 
    empaparon de romanticismo y desolación a partes iguales, recorriendo la 
    iglesia todavía en pie, el ataúd comunero, la sala donde impartían clase a 
    los niños, el balcón sobre el río, la plaza cuadrada. Algunos imaginarían 
    las voces de la chiquillería, los ladridos de los careos y mastines 
    intentando que los animales entraran en las majadas, o de las mujeres dando 
    consejas en los lavaderos.
    En aquel lugar todo eso que imaginábamos sucedió algún día. La iglesia tenía 
    por patrona a la Virgen de los Remedios, en 1845 vivían 152 personas que 
    hasta recibían el correo dos veces a la semana, Vea era cabeza de sexmo, 
    tenía buena huerta y hasta algún olivo. Tenía y era. Ahora Vea y su sexmo ha 
    quedado como referencia romántica de la despoblación de Tierras Altas.