Antonio Casares

poemas

Soria revisitada

 Vuelven los ojos a mirar a Soría
con la nostalgia de la lejanía,
el sol en el cénit del mediodía,
la luna en un rincón de la memoria.

Regresa Soria como un lento río
que en el mar de mis sueños desemboca.
No se aparta su nombre de mi boca
ni su paisaje para siempre mío.

¿Qué importa si la veo o si la sueño
en mis horas de insomnio o duermevela,
si la pinto mojada de acuarela
o la evoco en un verso manriqueño?

Puedo sentirla en todo lo que miro,
a través del amor, como un poema
que canta eternamente la suprema
belleza de sus cielos de zafiro.

Puedo sentirla, mística y secreta,
porque en mi corazón tiene ya un templo
en el que a todas horas la contemplo
y la sueño en mis sueños de poeta.

Pueblos ceñidos por la transparencia
y el mar abigarrado de los pinos,
campos Van Gogh y ascéticos caminos
que llevan a pensar en la inocencia.

Viejas casonas, silenciosos muros
que hablan de eternidad, como la piedra,
balcones abrazados por la hiedra,
rincones olvidados, versos puros

que todos los poetas han soñado
y pocos han dejado por escrito.
Soria de Bécquer, Soria como un mito
que canta entre los versos de Machado.

¿Cómo olvidar aquel hermoso día
junto a la humilde tumba recoleta
de Leonor, la amada del poeta,
la imagen fiel de la melancolía?

¿Cómo olvidar los pueblos olvidados,
la virgiliana luz sobre el paisaje,
la primera emoción del primer viaje,
los poemas por Soria revelados?

Soria del alma, recordarte quiero
entimismada entre las cosas bellas,
bajo el palio de luz de las estrellas
y el rumor de la música del Duero.

© Antonio Casares
(Santander, 18 de agosto de 2005)
De SORIA REVELADA

 

Al río Duero

 El Duero recita a veces
los versos de su romance,
y lo repiten los chopos,
y los álamos lo saben.

Soria escucha complacida,
indecisa al asomarse
a las aguas transparentes
que la llevan y la traen,
y le dicen, entre espumas,
poemas indescifrables,
antes que Gerardo Diego
o Machado los soñasen.
pues Dios, al hacer el mundo,
hizo al Duero semejante.

Las tristes quejas de amor
van volando por el aire,
nadie sabe adónde van
porque no las oye nadie.

Primero fueron promesas
en labios de los amantes
y dulces citas de amor
furtivas como puñales.

San Saturio no se cansa
de mirarse y de mirarse,
como un eterno Narciso,
en las aguas incesantes,
y algunas veces se asoman
al río para soñarse,
antes de irse para siempre,
eternas nubes errantes.

Cuando llegan las cigüeñas
se miran en sus cristales
y al marcharse, confundidas,
en el cielo ven su imagen.
-Río Duero, ¿por qué te marchas
tan lejos apenas naces
y dejas a Soria sola,
sin poder enamorarte?

Díscolo y adolescente,
se va para otras ciudades,
sediento de otros países,
añorando otros paisajes,
otros mares, otros sueños,
otros altos ideales,
en busca de otros amores
que quizás nunca lo amen.

Todos los puentes de Soria
son ojos para llorarle
porque se va para siempre,
pero el Duero no lo sabe.

- Quiero decirte una cosa,
no se la digas a nadie:
que algunas lágrimas tuyas
son la de Antonio Casares.

© Antonio Casares
(Santander, 1 de agosto de 2005)
De SORIA REVELADA

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