In Memoriam - Antonio Machado

Leonor Izquierdo de Machado y Monteagudo

Por Raúl Utrilla Muñoz

Pensando en Machado
Antonio Machado, dibujo de Picasso

(esperamos vuestras
machadianas colaboraciones)

 

 

Leonor, mujer y musa de Machado residente en Monteagudo, ya es parte de nosotros -pues se entraña más lo que se conoce-, siempre lo ha sido aunque no lo supiéramos, su luminoso recuerdo ha de llenarnos de orgullo.

(Con la esperanza de que el museo dedicado a Leonor haga latir con más fuerza el cansado corazón de esta histórica villa rayana)

Monteagudo de las Vicarías merece figurar por derecho propio en la geografía machadiana, pues está indisolublemente unido al poeta a través de su mujer y musa, Leonor Izquierdo Cuevas. Geografía emotiva y dolorosa que marcó el corazón de la joven esposa de Antonio Machado: En Monteagudo nace su hermano Eugenio Gregorio Izquierdo Cuevas el 18 de noviembre de 1901 y en él muere un 11 de marzo de 1903. Con un año y tres meses de edad su corazón deja de latir y es sepultado en el viejo cementerio municipal, a la sombra del castillo de los Hurtado de Mendoza.

Leonor nace en el castillo de Almenar el 12 de junio de 1894, en las dependencias alquiladas por sus propietarios a la Guardia Civil. Es hija de Céferino Izquierdo Caballero, natural de Cubo de la Solana y de Isabel Cuevas, natural de la ciudad de Soria. El origen familiar de la esposa de Machado es netamente soriano, por su abuela materna, Antonia Acebes, natural de Villaseca de Arciel, procede de la baja nobleza rural, integrada en la antigua institución de los Doce Linajes sorianos, en concreto sus antepasados pertenecieron al linaje de Santa María de Barnuevo. El nomadismo impuesto por la profesión paterna, la obliga a recorrer otros lugares, entre ellos Monteagudo de las Vicarías, adonde la familia llega en el año 1901 – el padre figura con el grado de cabo y comandante de puesto- y marchan del mismo en 1903, por traslado al cuartel de Ciria (Soria), quizá aquejada la familia por la pena de la prematura muerte de Eugenio. El Monteagudo de Leonor, conserva un regusto medieval, es una villa fortificada, el propio cuartel de la Guardia Civil descansa sobre recias y antiquísimas murallas, levantadas inicialmente en el siglo XII, tras la conquista de esta tierra por Alfonso I “el Batallador”. La torre esquinera que da contorno a su silueta y será señal reconocible en el museo dedicado a Leonor, es otro vestigio del carácter defensivo y de vigilancia de la villa ante el vecino reino de Aragón, en previsión de una fortuita invasión que rápidamente atraviese la muga entre reinos. Con más razón que Soria y por su mayor proximidad, se le puede aplicar lo de “barbacana hacia Aragón, en castellana tierra”. Ese espíritu de frontera se refleja en elementos patrimoniales como “la ermita de La Raya”, también conocida como de San Marcos o de Nuestra Señora de la Torre, donde en señal de concordia entre los vecinos y belicosos reinos de Castilla y Aragón y tras la “Paz de Almazán”, se edifica en el siglo XIV, asentada entre ambos reinos. Su pila bautismal, bajo la que había dos cuñas de madera que marcaban los límites territoriales, fija la línea divisoria entre dichos reinos -hoy autonomías-, concediendo a los bautizados -que se colocaban ritualmente sobre la misma, entre ambas tierras-, el raro privilegio de poder hacer valer una doble nacionalidad o identidad, pudiendo acogerse por ello a los fueros castellanos o a los aragoneses.

En enero de 1908, con trece años de edad, Leonor llega con sus padres a Soria. Ceferino ha abandonado definitivamente la profesión de Guardia Civil, con objeto de establecerse en la ciudad del Duero. Por su parte, el poeta Antonio Machado, catedrático de francés en el Instituto General y Técnico de Soria, se hospeda en la pensión de los tíos de ella, Isidoro Martínez y Regina Cuevas, situada en la céntrica calle del Collado, en el n.º 50 (o 54, según testimonio del tío recogido por Heliodoro Carpintero), esquina calle Instituto, encima del actual Bar Torcuato. Con motivo del traslado de su tío, de profesión practicante, a la localidad de San Pedro Manrique, todos los clientes allí alojados, incluido el poeta, pasan a la pensión de la calle Estudios, nº 7, esquina con Teatinos, regentada por Ceferino Izquierdo e Isabel Cuevas. Machado se enamora profundamente de una adolescente Leonor, comisionando a su compañero de instituto, el profesor Federico Zunón, para que en su nombre, pida a los padres de Leonor la mano de su hija. Ante las iniciales reticencias de los padres como consecuencia de la gran diferencia de edad, Leonor se inclina por el amor del poeta, siendo preciso que tenga la edad legal de quince años para poder casarse. El padre de Leonor y la madre de Machado, en documento fechado en 29 de julio de 1909, otorgan el necesario consentimiento escrito, autorizando la unión de Antonio y Leonor.

En la iglesia de Santa María la Mayor de Soria unen sus destinos Antonio Machado y Leonor Izquierdo, su tío Isidoro advierte a Machado: “No se olvide que mi sobrina es una niña”, “lo sé y no lo olvido”, responde el poeta. La marcada diferencia de edad entre ambos- quince años ella, treinta y cuatro años él- escandaliza y motiva que la misma noche del enlace -fueron increpados también a la salida de la iglesia- sufran una “cencerrada” en la estación de tren,“donde unos jóvenes ineducados faltaron al respeto debido a todo el mundo”, cruel y chocarrero obsequio para alguien de tan exquisita y extrema sensibilidad. Machado lo recordará como el peor día de su vida. Bondad y belleza resplandecen en el aniñado rostro de Leonor, es el retoño primaveral que brota en el viejo olmo que es el corazón del poeta: “Sentí tu mano en la mía, tu mano de compañera, tu voz de niña en mi oído como una campana nueva, como una campana virgen de un alba de primavera”. Los machadianos versos nos hablan de Leonor, al igual que las viejas fotografías, José Posada, descubre una simbiosis entre Leonor y los campos soriano-castellanos que habita: “Era como en la fotografía se ve. Ella tenía la viva adolescencia de los campos más difíciles de España, el más alegre espíritu de la tierra, de la pobre tierra soriana. Era menuda y trigueña, de alta frente y de ojos oscuros, como una doble avispa penetrante”.

Temprano matrimonio, quizá motivado por un inconsciente deseo de robarle tiempo a la muerte que entre sombras acecha. Breve será el mismo, y por ende, la felicidad del poeta. En el viaje que hacen a París con motivo de la concesión de una beca a Antonio, se manifiesta la tuberculosis de Leonor, amargamente comenta por carta Machado a Ana Ruiz, su madre: “el golpe terrible para mí fue el que llevé en París, cuando la enfermedad de Leonor nos hirió como un rayo en plena felicidad”. El 8 de julio, el soriano Manuel Hilario Ayuso , político republicano admirado por Machado, propone organizar un homenaje a Leonor en Soria, pues fue ella la “que trasplantó a los altozanos numantinos el alma sevillana del rimador insigne”. Sin poder recuperarse, Leonor fallece en Soria el día 1 de agosto de 1912. La sentida editorial publicada en “El Porvenir Castellano” del 5 de agosto de 1912, periódico que dirige José María Palacio, íntimo de Machado y primo político de Leonor, se lamentaba que: “Leonor Izquierdo de Machado, tan joven, tan buena, tan bella, tan digna del hombre en cuyo corazón es todo generosidad y en cuyo cerebro dominan potentes destellos de inteligencia, ha muerto, y ¡parece mentira! ¡Pobre Leonor!”

El lacerante recuerdo de la amada tempranamente desaparecida, obliga al poeta a eludir su nombre cuando a su “buen amigo” Palacio, le ruega en uno de los más afamados y bellos versos de Campos de Castilla, que coloque flores en su tumba: “Con los primeros lirios/ y las primeras rosas de las huertas,/en una tarde azul, sube al Espino/ al alto Espino donde está su tierra/. En Monteagudo también está la tierra de Leonor, la que pisó al ir a la escuela, al jugar con sus amigos/as, al corretear por sus calles, al contemplar su singular paisaje, por la que caminó de la mano de sus padres, y sobre la que su infantil corazón soñó. Su recuerdo habita en nuestras calles y paisajes, el eco de sus pisadas, resuena en ellas. Está es la tierra que vio nacer y en la que descansa su hermano. Nunca lo olvidemos, Machado y Leonor forman parte de nuestra memoria colectiva, y espero que desde ahora, de NUESTROS CORAZONES .

© Raúl Utrilla Muñoz
Monteagudo de las Vicarías, a 8 de febrero de 2022

 

 

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