| EN
        EL  FUTURO INMEDIATO Trazarás cien veces más, mil veces más,
 toda tu vida,
 el mismo camino
 y verás ese mismo patio,
 ese desvencijado espacio
 para el alivio preciso
 a tanta retórica
 obligada y cansina.
 Verás las mismas ventanas,
 los mismos gestos de hastío
 y reconocerás esa impaciencia
 que se despierta
 cuando la hora en punto
 se está asomando en el reloj.
 Pero ya no habrá esperanza
 en ese cotidiano camino
 pues sus ojos no han de aparecer,
 nunca más,
 entre la naciente claridad.
 Tú seguirás avanzando,
 como siempre,
 y respirarás el aire
 implacable del recuerdo,
 pero ella ya no surgirá
 arrastrando cansancio
 y, entonces, sólo entonces,
 te darás cuenta de lo que has perdido
 y odiarás ese paisaje
 sin alma ni cariño.
 Avanzarás arrastrado
 por una cotidiana obligación
 hasta que tu cuerpo sangre
 por la aspereza de la ausencia,
 hasta que tu alma se muera
 en los implacables brazos del olvido.
     Por poder, podría pedirte abandonarme, como en un sueño,
 en tus brazos, en tu regazo,
 en el pálpito de tu pecho.
 Podría refugiarme
 en un abrazo eterno
 en el que tus manos claras
 me acariciaran sin sueño.
 Y podría quedarme dormido
 entre tus brazos tiernos.
 Por poder, podría pedirte tan sólo uno, sólo un beso
 en el que mi vida naciese
 arrastrada por tu aliento.
 Podría dibujar tu silueta
 sobre el opaco lienzo
 de la noche, a golpes de rojos labios
 en un susurro perpetuo.
 Y podría quedarme olvidado
 entre tus labios de fuego.
 Por poder, podría pedirte la desnudez de tu cuerpo
 para descubrir tus vértices
 y sumergirme en tus secretos.
 Podría fundirme en tu barro
 de ardor y arena hecho
 y que el alba me encontrase
 atrapado en tu venero.
 Y podría quedarme perdido
 en las sombras de tu cuerpo.
 Por poder, sólo puedo pedirte un lacónico adiós
 y el silencio.
     LA
          NOCHE HA CAÍDO DE BRUCES 
 La noche ha caído de bruces junto a tu estera,
 en silencio pronuncias su rostro,
 sus indiscriminados gestos,
 sus ojos.
 La lejanía es sólo un trasunto
 de tus dolencias
 y vas dejando que el tiempo
 cincele el recuerdo dormido
 como si en cada aliento estuviese presente su perfil,
 como si en cada roce amaneciese su tacto,
 como si en cada sombra se iluminasen
 sus recónditas expresiones.
 Lo revives en cada pálpito
 y a bocanadas te acabas preguntando
 por qué sigues teniendo
 ese sabor agridulce de sus dedos
 que recorre incesante tu cuerpo,
 por qué sangra de este modo
 la soledad indeseada e insoslayable,
 por qué la noche cae de bruces,
 tan brutal y terrible,
 junto a tu estera
 justo en el preciso instante
 en el que soñabas que había para ti
 un instante precioso y bendito
 de sosiego, de calma, de olvido.
     Está agotado de buscar mil y una veces consecutivas
 cada resquicio de luz en su alma
 para satisfacer expectativas ajenas.
 Se fue construyendo sin tregua,
 se hizo a los moldes extraños,
 se soñó sin juicio,
 se inventó sin origen,
 se deshizo sin clemencia,
 se desvaneció sin premeditación alguna
 y al fin se despertó,
 hambriento y dolido,
 descubriendo que su rostro
 no era siquiera el que había imaginado.
 Había conseguido la perfecta ausencia
 de cuanto era y poseía,
 había logrado alcanzar la infinitud
 de serlo todo sin ser apenas nada,
 había acomodado su discurso,
 encajado sus palabras,
 ablandado su verso,
 amansado su plegaria.
 Todo es perfecto,
 todo menos esa imagen
 irrepetible y constante
 que se presenta ante su espejo
 y lo aboca a las fisuras de su alma.
 Pero ya está agotado,
 ya presiente que es preciso,
 al menos conveniente,
 deshacer la farsa
 antes que se descubra
 desterrado en la desvaída
 frotera de lo inexistente.
     La compañía en la oscuridad a veces estorba
 pero nunca está de más.
 Es el interrogante que todos necesitamos,
 la caricia que todos perseguimos,
 la palabra que a veces
 no nos atrevemos a pronunciar
 por miedo a que alguien nos recrimine.
 La compañía en la oscuridad es algo más que un mero añadido
 porque nos encara como amenazante
 y nos roza amorosa.
 Es ese intervalo de tiempo que todos necesitamos
 aunque a veces nos negamos a reconocer
 porque no siempre estamos dispuestos
 a reconocernos vulnerables.
 La compañía en la oscuridad no es sino aquello de lo que adolecemos
 y si nos falta
 algo se resiente en lo íntimo
 de nuestro diario íntimo,
 ese que no escribimos
 sino con letras inteligibles
 sobre el espacio indeterminado
 de nuestros sentimientos.
 La compañía en la oscuridad es tan necesaria
 que acabamos acostumbrándonos
 a tenerla cerca
 cuando no podemos dibujar sus contornos
 y acabamos creyendo
 que todo es parte de la rutina cotidiana
 sin darnos cuenta
 de que ella es parte de nuestra sombra.
 |