LOS ÁRBOLES

La poda

Antonio Machado y el Árbol

José Tudela

 

La poda

Dentro de unos días –como todos los años- unos hombres crueles e ignorantes acometerán, hacha en mano, los árboles de nuestros jardines y de nuestras carreteras.

Como todos los años, también, esta despiadada y brutal ortopedia será practicada por gentes sin idea alguna de la estética arbórea, y sin la menor consideración del árbol, ni conocimiento de la naturaleza y objeto de esta operación de la poda.

No parece, sino, que el único fin que persiguen con la poda sea la obtención de la mayor cantidad posible de leña con el mayor daño posible al árbol.

Nuestra Alameda, que pudiera ser con un poco de celo y de cuidado, una de las joyas de nuestra ciudad y motivo de orgullo legítimo, es hoy piedra de escándalo, de abandono y de vergüenza.

Nuestro paseo parece hoy un triste hospital de hermosos árboles sí, pero mutilados, maltrechos, deformados por el hacha codiciosa y ciega de los podadores.

Un año tras otro venimos asistiendo a una dolorosa y absurda pelea entre el hombre y la naturaleza.

Los árboles pugnan por tomar sus formas naturales, propias, características, y el hombre les sale al paso hacha en mano, torciendo su camino, desviando la marcha de sus ramas, deformando su ser.

Todos los árboles sufren las crueles caricias del podador, todos son tratados de igual manera, ¡hasta los cedros y los abetos son podados!

Parece que un dios maléfico y dendrófobo vive y retoza en la Alameda saciando sus gustos y sus iras en árboles y arbustos, con la complacencia de nuestros munícipes.

También hace excursiones por nuestros caminos este genio del mal, cebándose en los olmos y en los álamos de las carreteras, con la complicidad o con la aquiescencia de jefes y ayudantes.

Señor alcalde, señores munícipes, señor ingeniero, señores ayudantes, sujeten y maniaten este genio destructor que guía la mano de los podadores; vigilen, orienten y contengan el hacha y la podadera; no les dejen jugar a su capricho, que los árboles de parques y caminos no son de aprovechamiento forestal, pues la leña y la madera son lo que menos importa y significa en estos árboles públicos.

Se acercan los días crueles de la poda, crueles porque la ignorancia y la codicia son las consejeras del podador, en lugar de serlo el gusto, la razón y el buen sentido.

Pocos árboles bellos quedan en nuestro paseo, pocas hermosas alamedas cubren y protegen ya nuestros caminos. En este año, como en los pasados, serán mutilados también los pocos que quedan sanos. Se acerca la hora del vergonzoso sacrificio.

¡Oremos pues por nuestros hermosos árboles, por que van a ser sacrificados por los hombres!

© José Tudela
Publicado en “La Voz de Soria”, 6-2-1923

 

Antonio Machado y el Árbol

 

El interés y el amor de Antonio Machado por el paisaje y por el árbol especialmente, deriva de su educación en la Institución Libre de Enseñanza que, en ciertos aspectos pedagógicos, siguió las ideas de Juan Jacobo Rousseau, a quien generalmente se le atribuye la introducción en la literatura del sentimiento del paisaje.

Dicha Institución fue la iniciadora de las excursiones a la Sierra de Guadarrama, tan cerca de Madrid, y cuando nadie pensaba en ella, imbuyendo en sus educandos el gusto por el paisaje y el sentido de la belleza del árbol.

Recuérdese que su poema “Las Encinas”, en el que no sólo canta a este árbol sino al roble, al pino, la palmera, el haya, a los chopos, a los olivos, al manzano, al eucalipto, naranjo, el ciprés..., está dedicado a los señores Masriera, profesores de dibujo de dicha Institución “en recuerdo de una expedición al Pardo” y recuérdese también que Joaquín Costa, el apóstol de los riegos y de la repoblación forestal, que escribió tan bellas páginas sobre el árbol, fue profesor de Derecho en la misma Institución.

Esto explica la reacción de Antonio Machado ante el paisaje de los alrededores de Soria, que aunque salpicado de “oscuros encinares” y “grisientos breñales”, predominan en él los “ariscos pedregales”, “calvas sierras”..., “y otra vez roca y roca”, “cárdenas roquedas”, “desnudos pedregales”..., “pelados serrijones”, “tierras de las águilas caudales”..., “malezas jarales”, “hierbas monteses, zarzas y cambrones”.

Unamos a esto el que don Antonio conocía bien la literatura francesa y la inglesa, y no podemos dudar que gustara de la lectura de William Shakespeare, pues bien, en las obras de este gran escritor el paisaje aparece como telón de fondo en casi todas ellas, completando y circundando escenas trágicas, dramáticas o más o menos alegres. Pero hay una tragedia, quizás la más terrible, llena de ambición y venganza, crueldad y odios, con restos de creencias y vaticinios medievales: “Macbeth”.

Y aquí en la tragedia shaesperiana, aparece el árbol como personaje. El castillo de Macbeth sobre una colina circundada de hayedos y con un bosque, repito, que nos sirve para sostener una intriga: el vaticinio de las brujas al traidor, el regicida.

Don Antonio estaría impresionado por las tremendas frases que unas sombras en un conjuro dentro del antro de las brujas, en medio de una caldera hirviendo y en una noche de tempestad proclaman:

Sé fuerte como un león, no desmayes un punto tu audacia: no cedas ante los enemigos. Serás invencible, hasta que venga contra ti la selva de Birnam y cubra con sus ramas a Dunsidania.

Pero Macbeth se ríe de este vaticinio ¡Eso es imposible! clama ¿Quién puede mover de su lugar los árboles y ponerlos en camino?

       Efectivamente la tragedia transcurre, el ejército realista prepara la venganza, llega a la selva de Birnam, cada soldado corta una rama y enarbolándolas como estandartes, cubriéndose con ellas para que las largas y finas ramas de las hayas taparan la totalidad del monte avanzan hacia el castillo. La estratagema militar se logra: la punta de las ramas, de las ramas que en las hayas son casi paralelas alcanzan los muros de la fortaleza, se inclinaría cubriendo el foso y descubriendo a los guerreros, que rápidamente actuarían para asesinar a Lady y Lord Macbeth.

       Logramos aquí quizás, la explicación de lo que para don Antonio en su poema a “Las Encinas”, dice de las hayas:

Las hayas son la leyenda
alguien en las viejas hayas
leía una historia horrenda
de crímenes y batallas.

El roble, otro querido árbol de nuestro poeta, es mimado en sus versos, como el álamo. Pero al roble le atribuye calidades y cualidades viriles:

El roble, es la guerra, EL ROBLE
dice el valor y el coraje...
y continúa, es: más altivo y más señor.

Pero fijémonos en lo referente y alusivo a la guerra. ¿Sería en recuerdo del famoso robledal de Corpes, donde taimadamente fueron azotadas las hijas del Cid por sus cobardes maridos y atadas al simbólico árbol viril que podía representar a nuestro gran héroe Rodrigo Díaz de Vivar?

Hoy non puedes fablar don Elvira e dona Sol;
Por muertas las dexaron en el robredo de Corpes
Levaron les los mantos et las pieles armidas
...
Los ynfantes de Carrión en el robredo de Corpes
Por muertas las dexaron.

El título del poema “Las Encinas” podemos pensar que es debido a la predilección por este árbol, gris, triste, sumiso, dispuesto al sacrificio para que el campesino lo corte y se caliente con sus ramas, la ternura que el poeta siente por ellas nos recuerda también y viene a nuestra mente rápidamente la maravillosa poesía a “La Higuera” de Juana de Ibarbourou, poetisa uruguaya.

“... porque todas sus ramas son grises...
Porque es áspera y fea.
Porque todas sus ramas son grises
Yo le tengo piedad a la higuera...
Y en “Las Encinas”:
¿Qué tienes tú, negra encina
campesina
con tus ramas sin color...
con tu tronco ceniciento
...
con tu vigor sin tormento
y tu humildad que es firmeza?
...
Brotas derecha o torcida
con esa humildad que cede
sólo a la ley de la vida
que es vivir como se puede.

 © José Tudela
Escrito en Madrid, 1945
Publicado en “Revista de Soria”, 1ª época, nº 27

Los Árboles · Antonio Machado · José Tudela · Isabel Goig


Escríbenos
Colabora con nosotros
Utiliza nuestro formulario

soria-goig.com
soria-goig.org