Roquedo, arruinado, hábitat
de alados y protector del cauce del río Manubles, el castillo de
Ciria vigiló primero el paso de los musulmanes hasta que el
primer Alfonso, conocido como el Batallador, conquistara la
cuenca del Jalón, de la que es subsidiario el Manubles de la
Tablada. Desde arriba los vigilantes verían trabajar las tierras
a los musulmanes quienes, siguiendo el buen tino gobernador del
Batallador, no fueron expulsados y trabajaban la tierra como
nadie mejor sabía hacerlo. El trazado de las calles de la villa
y el encalado azulón mantenido confirman la estancia de los de
la media luna. Después, desde el roquedal artificialmente
elevado, seguirían atentos al paso de los aragoneses, siempre
pendientes del descuido para adentrarse en Castilla, intento una
y otra vez frustrado gracias al sacrificio de las princesas.
Cuando, desde esa altura, se viera pasar a Fernando de Aragón,
destinado a finalizar para siempre las lides
castellano-aragonesas, pertenecía ya Ciria y su castillo a los
todopoderosos Hurtado de Mendoza, después a los Luna y así hasta
degenerar –ya arruinado como no podía ser menos- en un nobleza
menor y descastada. Lo mejor de este castillo, y tal vez José
Luis Bravo, autor de la foto, estará de acuerdo conmigo, es la
visión del río Manubles, que discurre juguetón, a los pies de la
fortaleza, escondiéndose cuando le parece.