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ABANCO/Cosas de Soria

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La Casa del Ascensor y las puertas giratorias

La Ciudad, en la posguerra, trataba de desperezarse del ambiente rural que le atenazaba para incorporarse a la modernidad de lo urbano. Por el sur, terminaba en la Estación Vieja, aunque mas abajo quedasen algunas casitas de las cuales hoy aún se conserva alguna. La Avenida de Mariano Vicén, tras el desaguisado a que fue sometida estando Virgilio Velasco al frente de la Alcaldía, no tenía nada que ver con la actual. Al final de ella estaba el Ventorro, lugar de parada obligada de los ferroviarios; un poco mds alld el paso a nivel, cuyo último vestigio, una vieja columna de hormigón en la mismísima entrada de la calle José Tudela, que servía de punto de enganche de una de las gruesas cadenas con las que el guarda encargado cerraba la carretera, no hace nada que acaba de desaparecer. Por fin, las casetas o barracones de Explotaciones Forestales.

La entrada a Soria por la carretera de Madrid, con la remodelación impuesta por la demolición de la Estación de San Francisco y la supresión del ramal que le unía con la de Cañuelo, era la actual. De tal manera, que sin apenas quererlo se encontraba uno en pleno centro urbano. En la que se conocía y sigue conociéndose como Avenida de Navarra que, obviamente y salvo su trazado, nada tenía que ver con la que conocemos hoy. Porque en la parte derecha, según se entra a la Ciudad, no había más edificio que el último, el más próximo a la plaza de los jurados, que básicamente se conserva tal cual, en cuya entreplanta derecha se encontraba ubicado el juzgado Municipal y Registro Civil. Y por la izquierda, siempre viniendo hacia el centro, otro edificio, también el último en esta mano, justo enfrente del que acaba de señalarse, que era uno de los más singulares de la Soria de principio de los años cuarenta, sino el que más, y puede que aún hoy conserve la seña de identidad de la arquitectura urbana de entonces, con fachada igualmente a la calle de Medinaceli. Probablemente el edificio más alto entonces y, desde luego, de los más modernos de la pequeña capital que seguía conservando el aire provinciano de siempre.

El inmueble, cuya fecha de construcción desconozco porque tampoco he hecho mucho por averiguarla y no interesa demasiado a los efectos que se trae a colación aquí, tenía ya unos años y estaba destinado preferentemente a viviendas de gentes acomodadas como industriales y algún funcionario de las escalas altas, aunque no faltasen dependencias de la Administración como el Servicio Nacional del Trigo y el Servicio Pecuario, y puede que alguna otra que no puedo recordar.

Era el conocido, las generaciones de mayores siguen llamándole así, como la "casa del ascensor". Todo porque era el único que disponía de este aparato elevador para transportar personas de unos a otros pisos de tan generalizado y de obligada instalación en la actualidad en construcciones de determinadas alturas. El entonces novedoso aparato, todavía hoy puede verse, subía y bajaba aprovechando hueco de la escalera. Pero acaso a particularidad más notable, o al menos la que más llamaba la atención sobre todo a los más jóvenes, era ver por la parte posterior del edificio, entonces sin construcción alguna que lo impidiera como ahora, el desplazamiento cadencioso del contrapeso hacia arriba y hacia abajo cuando el ascensor entraba en funcionamiento. Era el último grito de aquellos años en que el salir de Soria, no tanto viajar, que es un concepto bastante más moderno, estaba reservado a las clases acomodadas.

Pero los llamémosles adelantos de los edificios de Soria no terminaban ahí. Porque había algunos otros destinados a oficinas públicas, que disponían también de elementos diferenciadores. Era el caso de Correos y del Banco de España, del Gobierno Civil, que acababa de construirse, y de la Delegación de Hacienda, que asimismo había cambiado su ubicación desde el Palacio de los Condes de Gómara a la actual de la calle Caballeros. Los cuatro disponían de aquellas puertas de hojas giratorias en el vestíbulo que conocieron muchas generaciones porque se mantuvieron en uso durante tantos años, se supone que para preservar el interior de los rigores del invierno soriano, porque en el verano las hojas se abrían, y que el público que acudía a gestionar sus asuntos, pero sobre todo los funcionarios, se encontraran confortables. Para los chicos, en cualquier caso, no dejaban de constituir, sobre todo la de Correos, sino un motivo de recreo, que solían aprovechar para dar vueltas y más vueltas a poco que hubiera ocasión. Entendiendo por ocasión que algún familiar, amigo o simple conocido, y a veces ni eso, tuviera necesidad de acudir al inmueble a realizar cualquier gestión.

El final de las puertas giratorias llegó no hace muchos años con la remodelación de estos edificios, al ser dotados de otros sistemas de calefacción y de seguridad. No sé si las últimas en desaparecer fuero las del Gobierno Civil, a mitad de los años ochenta, o las de Correos, por entonces también, año arriba año abajo; más me inclino por la del primero. Pero de lo que no cabe duda es que su desaparición puso fin a una época cuyos avances tecnológicos marcaron a la generación de sorianos nacidos en los primeros años de la posguerra. Porque lo de casa del ascenso continúa usándose en el lenguaje coloquial de los sorianos de siempre.

© Joaquín del Collado
publicado en este número

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