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	microrrelatos 
		  
		
		Casa Roldán 
		 
		- ¿Qué 
		hacen todas esas piedras encima de mis recuerdos? Sólo son piedras, me 
		dices, pero pesan y los recuerdos, a veces, son frágiles, y otras veces 
		desaparecen. Debajo de esas piedras están las referencias, el contenedor 
		de las vidas, el pucherillo oxidado del café que sirvió para las noches 
		en vela. Y tú, ¿con qué derecho lo aplastas todo? ¿Acaso eres un 
		guerrero pálido ladrón de vidas y recuerdos? 
	          - 
	No, pero lo ha mandado el amo. 
		   
		
		Fuente de Sarnago 
		 
		
		–    
		Los 
		muchachos querían traernos aquí. 
	
	–     Éramos 
	algo tontas. 
	
	–     No, 
	es que nos educaron así. 
	
	–     ¿Y 
	crees que nuestras madres y abuelas no bajarían? 
	
	–     Bajarían, 
	por eso no nos dejaban venir a nosotras. 
		  
		
		Hacia el cementerio 
		 
		Descendió 
		la cuesta a grandes pasos. Empujó la puerta y un espacio vacío se abrió 
		ante sus ojos. Al girarlos, a la izquierda, vio un sencillo panteón con 
		varias lápidas, todas de los amos. Volvió a mirar, incrédulo, tratando 
		de recordar dónde estuvieron sus abuelos, sus tíos... 
	Mientras, yo 
	buscaba entre los cascotes del camino recién nivelado algún resto óseo. 
		  
		
		Mirador 
		 
		Fija la 
		vista en el horizonte, recréate en las tierras sembradas o en las que 
		están en barbecho. Deja los ojos fijos un buen rato en los montes. La 
		religión, el catolicismo nos ha acostumbrado a levantar los ojos al 
		cielo, pero la tierra está abajo. Y recuerda al poeta. Suelo. Ni más ni 
		menos. Y que te baste con eso. 
		  
		
		Primos 
		 
		Al pie de 
		esos montes huesudos, la caja, vieja y herrumbrosa por fuera, está llena 
		de palabras. Adjetivos, muchos adjetivos. Y el nombre de mi madre 
		flotando. Son adjetivos hermosos, se juntan y forman piropos y 
		requiebros muy andaluces y muy respetuosos. Trato de ordenarlos, pero 
		las palabras tienen vida propia. Un nombre masculino aparece de vez en 
		cuando, como un destello, y un parentesco le une a mi madre. Una y otra 
		vez. Se depositan desordenadas en el fondo y vuelven a formarse. De 
		pronto sólo una frase “no puede ser, somos primos”.   
	Ah! Todo ha 
	sido un sueño. Estuve a punto de no nacer. 
		  
		
		Puerta del cementerio 
		 
		Cuando me 
		traigáis aquí no cerréis la puerta con llave. Ya estoy muy mayor y me 
		costará saltar la tapia. Eso dijo la abuela el día que dejamos aquí para 
		siempre al abuelo. No sé si ella, ya en su mundo, dijo lo que quería 
		decir o pensaba en aquellos días lejanos, cuando los azules utilizaban 
		las tapias de los cementerios para hacer llegar al otro mundo a gente  
		antes de tiempo. Así que yo, cuando vengo a traer flores a los abuelos, 
		dejo la puerta abierta. 
		  
		
		Sin recuerdos 
		 
		¿Son ciertos, son tuyos esos 
		ojos sin fondo, sin recuerdos, sin vida? ¿Es así la gélida y terrible 
		noche del olvido? Se te han alisado todas las cicatrices, esas por las 
		que la vida pasa, tropieza, revive, recuerda, ama y vuelve a amar. 
	–    
	Cuéntame algo 
	de aquel día que recuerdas. 
	–     Me 
	cogí de tu brazo y paseamos, solos. Mi hija, a lo lejos, nos iba haciendo 
	las fotos más hermosas que nunca me han hecho, brumosas, como tus recuerdos. 
	Me preguntaste si alguna vez había estado contigo en no sé qué lugar, al 
	oído, respondí “también he estado en el otro lado de tu cama”. 
	–     ¿Por 
	qué no estás ahora también? 
	–     Cuando 
	pude tenerte del todo ya no quise, ya era tarde, entonces me había 
	convertido en una feliz abuela y decidí dedicarme a ellos y en ellos estaban 
	también mis hijos, todos mis niños son copias de sus padres y les veía 
	duplicados. 
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    Isabel Goig 2018
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