Isabel Goig

Notas biográficas
Novela: Volveré a tus ojos  (primer capítulo)
Relatos: Sabina - > Volver donde se amó la vida, Las campanas de Fuentes y Cerbón y El rincón del sosiego (relatos integrado en el libro Huellas de Soria) - Ne me quitte pas - El pago del piso - La fideera de Valdemadera - La muerte de don Heliogábalo - Microrrelatos 2018 - Un día de caza - Eulalia (relato integrado en el libro El lado humano de la despoblación) - Macorina (relato integrado en el libro El lado humano de la despoblación)  - Doña Brígida  (relato integrado en el libro El lado humano de la despoblación) - Arturo y su tienda de coloniales  (relato integrado en el libro El lado humano de la despoblación) - En busca de madreselva - Contadores de historias -  Relatos Gastronómicos - Leyendas y Relatos
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Comentarios de sus libros

novela

Volveré a tus ojos

INTRODUCCIÓN.-

En el año 1985 hice mi primera visita a España, más concretamente a una pequeña ciudad castellana, donde tenía mis orígenes, y donde vivía mi padre. No le había vuelto a ver desde que me dejó, a la edad de seis años, al cuidado de mis tíos, en la lejana Iquitos, lugar de la selva amazónica de Perú. Cuando volví a verle era ya una mujer de casi cincuenta años.

Durante ese largo periodo de tiempo nos habíamos escrito, intercambiado fotos, telefoneado, pero no nos habíamos visitado. Y tal vez no nos habríamos visto nunca, al no ser por una larga carta enviada por él, en la que me contaba la muerte de Rosa, su compañera, su esposa, la segunda después de los breves desposorios entre mi madre y él, allá en Iquitos.

En la carta no sólo me notificaba la muerte de ella, también me contaba cosas que nunca me habían dicho sobre su vida, la de mis abuelos, de mi gente, en definitiva. Se notaba en sus cuartillas el deseo de transmitirme cosas, de contactar conmigo, la necesidad de abrazarme. Y, a la vez, la tremenda angustia de una soledad no deseada, producida por la muerte de Rosa, cuya compañía había conseguido de forma nada fácil, y que le había sido arrebatada sin tener demasiado tiempo para disfrutarla.

El mensaje de la carta era desconsolador, no ya por la muerte de ella, sino por lo que supuso de culminación de una vida, en verdad, bastante desgraciada. Eran muchos folios; en ellos, Fermín, mi padre, trataba de aliviar un poco el alma y hallar consuelo en alguien dejado atrás hacía tantos años. Y por esa carta supe parte de la vida de mi padre, la verdadera, no la que me habían aderezado con jengibre, como hacen por mi tierra con los guisos.

Mis tíos habían cultivado en mí la idea de un padre fantástico y lejano, el cual algún día volvería para quedarse ya siempre junto a mí y los míos. Desde niña me habían presentado la historia de mis padres como un cuento de amor y muerte, y yo lo había creído. Recuerdo cuentos en los que la figura principal eran mis padres; cuentos interminables y fantásticos, mezclados con historias donde se fundían los espíritus con las personas reales, ubicados en espacios frondosos, con agua y dioses, propios de la zona selvática donde vivíamos.

Cuando era muy pequeña, acudía hasta la tumba de mi madre, en el gran patio trasero de la enorme casa familiar, para hablar con ella y decirle que papá volvería pronto para ponerle él mismo flores. Y me pasaba tardes enteras hablando sin parar con mi madre, dándole mi particular forma, en mi imaginación y lenguaje infantil, a las historias una y otra vez repetidas, siempre las mismas y siempre distintas.

A medida que me hacía mayor, me quejaba a Chana -la india encargada de mi cuidado- de la ausencia de papá y de los cuentos que los tíos me contaban. "Ay, mi hijita, los señores te quieren mucho y no desean que sufras. Pero tu papá me creo que no volverá. Se fue de aquí como alma que lleva el diablo cuando murió tu mamá. Además, mija, esto no era para tu padre; qué va a hacer aquí tu papá. Yo le vi siempre triste, ni siquiera cuando estuvo casado con tu mamá, tan alegre, tan guapa, perdió él la tristeza. Creo que allá en España las cosas fueron muy mal, con la guerra y eso, y tu papá estuvo preso". La creencia de mi padre preso todavía le hacía más fantástico y más lejano. Le imaginaba en tenebrosos galeotes encadenado con grilletes, a pan y agua, como los héroes de los cuentos. "Chana, mi papá se quitará las cadenas y volverá". "Ya no está preso niña. Estuvo, pero ya no lo está. Era bueno y le dejaron libre". Cuando la indiecita me veía más triste de lo habitual, me consolaba diciendo que volvería algún día para verme y abrazarme. Y otra vez comenzaban las historias, los cuentos, esas narraciones de Chana mezcladas con palabras de su lengua materna, mientras yo me dormía sobre su regazo, oliendo el perfume de sus largas trenzas, negras y brillantes, que acariciaban mis mejillas, mientras sus manos se perdían por mi espalda.

Tendría yo algo más de treinta años cuando una carta de mi padre me anunciaba su reencuentro con Rosa, y, entonces, perdí todas las esperanzas. Aunque ya por entonces no importaba, en realidad nunca había importado demasiado, gracias a la infancia y juventud vivida tan feliz, y, después, por que formé mi propia familia y mi padre había quedado relegado a la galería de parientes cercanos y lejanos a la vez. Era una carta optimista -mi padre escribía mucho y bien- repleta de esperanza por conseguir "una felicidad que siempre me ha sido negada". Me sentí mal, eso venía a decirme que yo significaba poco para él, y otro tanto de su relación con mi madre.

Al recibir la carta de mi padre, la anunciadora de la muerte de Rosa, decidí que debía viajar a España. Sentí, de repente, deseos de conocerle, de escuchar, de viva voz, todo eso que me contaba en la carta. Y de abrazarle. Dejé en la casa de mis tíos a mi marido y mis tres hijos; en la enorme casona, ampliada en dos ocasiones a fin de dar cabida a los once hijos, nueras, yernos, nietos, criados y familia en general, no se notaría la presencia de cuatro personas más.

Cuando llegué a la ciudad donde residía Fermín habían transcurrido dos meses de la muerte de ella. Decir que estaba abatido es quedarse muy corta. La señora encargada de la casa suspiró aliviada al verme. Le había avisado de mi llegada para evitar un fuerte impacto. Yo le recordaba. El, naturalmente, sólo pudo reconocerme por las fotos enviadas a lo largo de los años.

Pensaba quedarme una semana y me retuvo -yo me dejé retener muy a gusto- casi dos meses. Nunca olvidaré esos meses, ni a Fermín. Mucha gente le recordará. Durante ese tiempo mejoró mucho, creo que la nostalgia y la tristeza desaparecían a medida que hablaba y hablaba conmigo.

Y me contó la historia aquí narrada. Ah!, y conocí a Gonzalo, mi único hermano, y a su familia. Ahora vienen a visitarnos una vez al año a Perú, hablamos mucho de nuestro padre y nuestras dos madres. Gonzalo no sólo comprendió las razones de su madre para abandonarle, también se fascinó por sus vidas, y se siente orgulloso de haber sido el hijo de Rosa y Fermín. Pero esa es otra historia.

© Isabel Goig 1998

(El fragmento aquí publicado es © de la autora y con permiso de la editorial)

Comentario de Volveré a tus ojos

 

Breves notas biográficas:

Isabel Goig Soler, nació en Jaén, se educó en Barcelona y lleva más de media vida en Soria. Es conocida del público soriano por sus libros: Por los fogones sorianos y Fuentes, fuentecillas y manantiales de Soria en solitario; Soria pueblo a pueblo, De fogones y pitanzas sorianasVisite Soria y su provincia, conjuntamente con sus hermanas. Trabajó en SORIA SEMANAL y colaboró en la fundación del desaparecido CAMPOS DE SORIA. Ahora es directora adjunta de ABANCO/COSAS DE SORIA y sus inclinaciones marchan por los caminos de la narrativa. Tiene inéditos varios cuentos; en imprenta, otra novela corta Hoy ha muerto un mendigo .
Recientemente ha publicado, en colaboración con Antonio Ruiz Vega, el primer volumen de
Remedios caseros y otras Magias sorianas. Junto a su hermana Luisa Diccionario de Habla Soriana. Y de nuevo con Antonio Ruiz e Israel Lahoz Juegos populares sorianos.
El lado humano de la despoblación, libro inclasificable que alberga datos, trabajo de campo y relatos relacionados con el tema, siempre en el tono crítico y apasionado que la caracteriza. También, junto a Israel Lahoz ha firmado dos libros sobre las costumbres, leyendas, historia... de dos zonas de Tarragona Una mirada sobre el Tarragonès y Una mirada sobre el Baix Penedés.
Ha publicado las siguientes novelas: Volveré a tus ojos, Al otro lado del puente,
La vida entre veredas, La Vara de la libertad, La sal de la vida, la sal de la muerte, La panadera del Rey ( y el colegial de El Burgo), Ysabelis. Regina Majoricarum. (La última reina de Mallorca)

En Biblioteca Soriana podéis leer los Comentarios de sus libros en la sección Nuestros Libros.

 

SUMARIO

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