Leopoldo Torre y García

A modo de leyenda

 

El mandato de la “Virgen guapa”

 

En torno a las campanas se ha generado una literatura oral y escrita con amplio espectro que ha dado lugar a bulos, creencias o incluso milagros. De muy distinto signo, las leyendas sobre campanas que tocaron de manera insospechada originaron todo tipo de interpretaciones creando una nebulosa enigmática de leyendas. Algunas de estas historias tienen su eco en la justificación de los hechos acontecidos y la trascendencia implícita. Historias de diversa índole cuya credibilidad queda a criterio de la aceptación como tal de los acontecimientos que lo generaron. En cualquier caso no deja de ser un hecho enigmático moldeado a su condición como lo pudiera ser el de un cantar de gesta o el de un romance de ciego.

Entre los relatos que nos han llegado sobre este tipo de aconteceres podemos encontrar diversos motivos por los que el tañido de la campana o la leyenda en cuestión se muestran de diferentes maneras. Así podríamos hablar de aquel en que un señor montado en su moto con unas alforjas llenas de juguetes fue abordado por duendes de la noche que pretendían desvalijarle y deshacerse de él. Una campana que llevaba se puso a tocar sola y su tañido fue escuchado por dos motoristas que descansaban al calor de las brasas y decidieron acercarse para ver de dónde procedía, pues la oscuridad de la noche les impedía ver el pueblo cercano. Su llegada y el enfrentamiento a los duendes hicieron disuadirles y evitar el linchamiento del motorista.

Otro suceso a modo de leyenda ocurrió en la localidad chilena de Rere, en la que se quiso llevar las campanas hasta la ciudad de Concepción. Ocurrió que por algún misterio cuando las trasladaban en una carreta tirada por varias yuntas de bueyes, al cabo de caminar un corto espacio no hubo fuerza que lograra hacerla avanzar. Sin embargo lo más asombroso fue que cuando se decidió devolverlas a su lugar, no se necesitó más que una yunta para hacerlo.

Otra de las leyendas procede de la iglesia de San Pedro el Viejo de Madrid. Compraron una campana tan grande que no fueron capaces de subirla a la torre y la dejaron en el suelo exhaustos hasta la mañana siguiente. Cuál no sería su sorpresa cuando fueron a subirla y vieron que ya estaba colocada en el campanario, obra de los ángeles del cielo. Pero esta misma campana protagonizó dos hechos llamativos, al sonar dos veces sola. El primero sería el 13 de septiembre de 1598 para anunciar a los madrileños la muerte del rey Felipe II en el Monasterio de El Escorial. La segunda en el año 1808 cuando se produjo el levantamiento contra los franceses. Según cuentan las crónicas, en ninguna de las dos ocasiones había nadie que hiciera sonar las campanas en esta iglesia.

En la Colegiata de Santa María la Mayor de Alquézar, de la villa de esta población en el Pirineo aragonés, también existe la leyenda de que las campanas tocaron solas impulsadas por el espíritu de un abad que cumplía penitencia por haber holgado en su inconsciencia engañado por los encantos de la carne.

En el entorno de la provincia de Soria también disponemos de algunos ecos protagonizados por las campanas. En las Rimas y leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer, podemos encontrar alguna referencia de semejante cariz. Por boca de mi hermano Salvador recogido hace algunas décadas me contó un relato que llegó a sus oídos estando de pastor en Santa María de las Hoyas. Sin conocer en qué época sucediera, unos ladrones intentaron robar los campanillos de una ermita. Por una extraña circunstancia, misterio sin resolver, los campanillos comenzaron a tocar de manera autónoma, lo que hizo que ahuyentara a los ladrones que salieron despavoridos al no ver a nadie en el recinto. Mas lejos de desistir en el empeño volvieron de nuevo a su intento, antes bien se cercioraron de que no ocurriese lo mismo. Precavidos ellos ataron los badajos para que no sonaran y esta vez salieron triunfantes. Pero cuando apenas habían recorrido un par de cientos de metros, los campanillos volvieron a sonar en el silencio de la noche y los mulos se espantaron destartalando el carro en el que los llevaban. Ante el temor decidieron poner piernas de por medio dejando los campanillos en el lugar y dando por finalizada su aventura.

En Quintanilla de Tres Barrios sucedió un suceso de estas características que en cierto modo conmocionó a la gente del pueblo. En este caso las campanas no tocaron solas sino por mandato de la Virgen a una niña de tres años. Según testimonio recogido de sus protagonistas, la versión de los hechos ocurrió de la siguiente manera. Un día del mes de junio del año 1951, como era habitual durante el calendario de mayo prolongado al mes siguiente, era de obligado cumplimiento que los niños de la escuela asistieran a la iglesia a rezar el rosario. Meses de fervor religioso y tradicional que comenzaba con la pingada del Mayo al que seguía la celebración del día de la Cruz, la bendición de los campos, el día de San Isidro, el de la Atalaya y la Ascensión, el Corpus Christi y si las circunstancias lo requerían también se llevaban a cabo las Novenas y las Rogativas. Mes pletórico con ribetes místicos para dar luz y esperanza al campo, motivo por el cual la iglesia estaba más concurrida que nunca.
Entre todo este bagaje de actos, el santo y seña era el rosario. A él acudía todo devoto que se prestase asistir para pedir por los difuntos y en especial por los campos, y como queda dicho no debían faltar los chicos de la escuela, que por aquellos años ya formaban por si solos un grupo muy nutrido en torno a la cincuentena o más de asistencias. La iglesia quedaba sumamente concurrida. Los niños pequeños permanecían al cuidado de los hermanos mayores o de las abuelas y con ellos acudían a orar.

Tal fue el caso de Marina, la hija de la tía María y del tío Pedro, que con sus tres añitos largos acudió a la iglesia acompañada de su hermana Laura, ocho años mayor que ella. Ésta tenía por entonces 12 años.

Según testimonio recogido de ambas y de algún otro presente, el hecho ocurrió un día del mes de junio cuando las gentes del pueblo se entregaban por entero a las faenas del campo. Hay que decir que Laura, como ella misma confesara, era algo despistada, olvidadiza, a la edad que contaba por entonces pues estaba más por el juego que por dedicar atención a lo que se le encargaba. La versión relatada por Marina sobre el suceso (que recuerda todo lo acaecido a pesar de su corta edad, quizá debido al impacto) fue que se quedó dormida, cobijada en un rincón en la parte delantera de los bancos de la iglesia, donde era costumbre que se colocaran las mujeres, al pie de la imagen del Cristo de la Misericordia, no lejos del altar mayor. Nadie se percató de su presencia, y cuando acabó el rosario salieron todos del recinto sin echarla en falta. Ni su propia hermana cayó en la cuenta de si había salido del con el resto de los asistentes, distraída como iba charlando. Marina quedó en un sueño profundo velada por imágenes sagradas.

Durante el tiempo que pasó en la iglesia, Laura nunca imaginó que su hermana se encontrara dentro. En ningún momento. Incluso cuando las sospechas llegaron a la preocupación de no aparecer y “con la tormenta en ciernes niños y gente mayor corrieron la voz de que Marina no se hallaba por ninguna parte. Se buscó por el entorno de la iglesia, la tienda y su propia casa, las tres bastante cercanas. Y de repente sonó la campana, pero nadie pensó que la niña estuviera dentro”, comenta Isidro García, un testigo que recuerda lo ocurrido. Y de repente…

Sonó la campana como solía ocurrir cuando se desataba una fuerte tormenta y se sacaban las imágenes a la puerta de la iglesia o incluso las de las casas a la calle para que las divinidades viesen el sublime pedrisco que caía y se apiadasen del dolor de las gentes por el daño a las cosechas. La gente del pueblo interpretó los tañidos como misericordia a las divinidades para que los campos quedasen a salvo del apedreo. Y aquel momento era el propicio para solicitarlo. ¡¡¡Sonaba la campana!!! Mientras sonaba, sigue narrando Marina, su padre, guarda del campo, se hallaba casualmente en casa del sacristán, por aquel entonces el tío León, que lo seguiría siendo durante décadas, dilucidando con él sobre una posible denuncia hacia un vecino. Y oyeron el tañido. Pero ¿quién la tocaba?, se preguntó el tío León, si la única llave de la iglesia la tenía él y seguía colgada del hierro donde siempre la dejaba. Es de suponer que por aquellos tañidos le correría un escalofrío por el cuerpo sin saber qué era lo que estaba sucediendo. ¿Era posible que estuviera tocando la campana sola? ¿Iba a ser posible que ante la fuerte tormenta desatada algún santo o Virgen del recinto de la iglesia hubiera obrado un milagro? ¿O quizá alguien se había quedado encerrado tras el rosario y llamara para ser asistido? Era lo más probable, deduciría mientras acudía presto camino de la iglesia. ¡Tantas ocasiones tuve de preguntárselo al tío León, vecino mío como era, y nunca lo hice!

Marina sigue contándome la versión de lo ocurrido. Más de una hora estuvo sumida en el sueño profundo que le regaló aquel rosario. Cuando despertó se encontró sola en la oscuridad de la iglesia. Lloró sin consuelo al encontrarse en aquel trance. No paró de llorar y de llamar a sus padres o hermana por ver si alguien podía oír su voz y acudía en su auxilio. Junto a la iglesia se encontraba la tienda del pueblo y pensaba que podrían oírla. No fue así, aunque según la otra versión contada se la buscaba por sus aledaños. Quizá los truenos del exterior amortiguaran su tenue voz y sus lloros. De no ser así alguien podría haberla escuchado. ¡O quizá sí! De pronto le pareció que una voz le hablaba. Calló, suspiró. Oyó una voz que procedía de… del interior porque le llegó nítida y cariñosa. Una voz próxima a donde se hallaba. ¡Había alguien más en el interior!, pensó. ¿Venía del altar mayor? ¡Salía del altar mayor!, iluminado de manera intermitente por la emisión del relámpago que entraba por la ventana abocinada. ¡Una voz que le dijo que tirara de la soga de la campana! Obedeció sin tardar y se fue al fondo de la iglesia. Recuerda que no llegaba al cabo de la soga que se encontraba junto al confesionario y puso una banqueta y sobre ésta otra. Consiguió subirse a ellas y tirar de la soga haciendo sonar la campana. ¿Cuántos toques? No lo recuerda con certeza. Hacer mover el badajo de la campana no resulta tan fácil, y menos para una niña que no había cumplido los cuatro años. Lo manifiesta quien suscribe este relato por haber tenido la ocasión de hacerlo. Para comprobar el hecho, al día siguiente volvieron a la iglesia con ella para que les hablara de lo sucedido el día anterior y les dijera lo que hizo y cómo lo hizo y reconoce que esta vez le costó bastante más esfuerzo mover la campana.

Cuando entró en la iglesia el tío León la sorpresa fue tremenda al ver junto al confesionario a una niña sola sin saber a santo de qué se encontraba en semejante trance. No le debió dar tiempo a preguntarle quien era y menos aún a oír la respuesta esperada. Cuando Marina vio la puerta abierta salió de estampida, veloz como alma que se lleva el diablo. Según manifiesta huyó despavorida, como lo haría un animal enjaulado, sin temor alguno a la tormenta que seguía cayendo. Tan de estampida salió que el sacristán no tuvo la certeza de conocer su identidad, hasta el punto de que al declarar lo ocurrido dio por hecho que la niña que salió disparada de la iglesia fue Saturnina, la hija del Cachucho, el alguacil, que rabiaba diciendo que ella no había sido. Al respecto de lo aquí narrado sigo contando con el testimonio de Isidro García, quien asegura haber entrado en la iglesia junto al tío León. Es uno de los hijos de Máximo, el tendero del pueblo entonces. Según me relata, ambos fueron las dos únicas personas que estuvieron dentro (el resto de gentío, mayores y chicos se quedaron en el portalillo) y asegura que miraron hasta en los cajones del armario de la sacristía por ver si encontraban a alguien más. No lo hubo.

Marina contó a sus padres lo sucedido, cuya preocupación no habría surtido apenas efecto porque ignoraban que su niña se hallase en aquel trance pensando que se encontraría con su hermana. No exenta de la pertinente regañina, Laura se disculparía diciendo que creía que había salido de la iglesia y que se habría ido a jugar a casa de alguna niña. La tormenta le impidió que se dedicara a buscarla pensando que estaría en algún sitio seguro. ¡Lo estaba, pero bastante aterrada! Cuando su padre le preguntó a Marina cómo había sabido tocar la campana ésta le respondió que se lo había mandado “la Virgen guapa”. Al respecto comenta que así se le figuraba a ella la Virgen de la Piedra, patrona del pueblo, por la expresión amable y sonriente de la cara en contraposición a la de la Virgen del Rosario, cuya policromía le confiere un matiz más oscuro, interpretado por ella como más fea. La Virgen de la Piedra se halla en el altar mayor y la Virgen del Rosario a la derecha y más cerca de donde se había quedado dormida, por lo que pudo ver la procedencia de la voz que le habló, iluminada como queda dicho por la intermitencia de la luz de los relámpagos que iluminaban la imagen de la patrona del pueblo.

¡¡¡Un prodigio!!! La Virgen de la Piedra había obrado un milagro, se dejó oír por el pueblo. La noticia de lo acontecido corrió como la pólvora. Durante los días que siguieron al suceso el tema y los comentarios tanto en los hogares como en la calle giraron en torno a lo acontecido. Nadie daba crédito a lo sucedido. Se interpretó como un milagro. ¿Por qué no al de una aparición a semejanza de lo ocurrido a los pastorcitos de Fátima? El secreto en este caso sería el mandato de tocar la campana. Y de las cábalas que se hacían para justificar aquella aparición. ¿Realmente se le apareció la Virgen a Marina? ¿Tuvo la suficiente intuición, inmersa en la oscuridad, para coger el cabo de la soga de la campana y tirar de ella? A su edad, ¿pudo tener la fuerza suficiente para mover la campana? Interrogantes que sólo el interior de la pequeña y su supuesta acción pudieran ejecutar por propia intuición o quizá fuera la fuerza espiritual la que le hizo capaz de tañer la campana. ¿Hubo, realmente, un soplo divino que la guió en la oscuridad?

Cada cual con su propia convicción interpretaría el suceso a su manera. Sea como fuere, lo cierto es que hubo tañidos de campana, que la puerta de la iglesia estaba trancada, que el sacristán la abrió con la única llave que había y la tenía él, que dentro de la iglesia sólo se encontraba Marina, quien dijo escuchar el mandato de la Virgen y ejecutarlo haciendo gala de una fuerza superior a la de una niña de su edad para poder vencer el peso de la campana y hacer tocar el badajo.

No tardó demasiado en expandirse la noticia por el contorno y sin tardar llegaría hasta la misma diócesis de Osma. Es posible que el propio párroco del pueblo, por aquel entonces don Tomás Leal Duque (San Juan del Monte, Burgos, 24-02-1907, a punto de cumplir los 103 años), pusiera en conocimiento del Obispo de Osma, Excmo. y Revdo. Señor Don Saturnino Rubio Montiel, lo acontecido. A tenor de lo creí haber interpretado que me comentó Laura en el verano de 2017, pudiera ser que el obispo se personara en el pueblo para indagar sobre el hecho acaecido. Los otros dos informantes nada saben al respecto, lo cual se traduce en que lo ocurrido no trascendió la barrera credencial eclesiástica como un hecho prodigioso. Marina, por su parte, en la charla que mantuvimos el día 23 de diciembre del año 2019, en el que se basa buena parte del relato, dice no haber oído hablar de la presencia del Obispo en el pueblo, o de proposiciones. Lo que sí me comentó al respecto es que tanto don Tomás, párroco que estuviera muchos años al frente de la parroquia del pueblo, y su hermano don Ignacio, también dedicado al sacerdocio, propusieron a sus padres llevarla a un colegio de monjas como portadora de un suceso que bien pudiera ser elevado a la categoría de milagro.

Mi agradecimiento a ambas hermanas así como a Isidro García por ofrecerme el testimonio de lo ocurrido, que de algún modo conmovió a la gente del pueblo y en cierto modo al eclesiástico. Don Tomás Leal, durante sus 75 años dedicado al sacerdocio, nunca olvidó el suceso acaecido y lo comentó por doquier. Igualmente agradezco a la familia García Barral la ayuda facilitada.

Marina García Barral, la protagonista del hecho, vive en San Esteban de Gormaz; su hermana Laura falleció en Barcelona en noviembre del año 2017 a la edad de 77 años.

 

© Leopoldo Torre y García, Diciembre de 2019
Web de Quintanilla de Tres Barrios

 

A modo de leyenda

 

La Virgen de cera quemada

 

Acontecen casos enigmáticos abonados en el capítulo de juicios criticables sin basarse en la realidad de los hechos. A algunos sucesos se les suele dar interpretaciones verídicas a su libre albedrío sin conocer la causa básica. La rumorología interpretativa está llena de argumentos en los que se juzga a determinadas personas de haber actuado de una manera deliberada dando pie a sucesos imprevisibles. Este tipo de acontecimientos tuvo su filón en el papel desempeñado por la brujería, ampliamente difundido pero con especial predilección en pueblos con un protagonismo estelar. Quizá ningún pueblo del orbe soriano escape a estas premoniciones. Es posible que todos hayamos oído hablar de sucesos inverosímiles ocurridos en nuestros pueblos, encabezado por Barahona. No vamos a tratar aquí de hechos acaecidos por quienes saciaron su venganza en sus propios convecinos, sino en quien actuando sin ninguna maldad se le atribuye una correlación atrevida.

Lo que se narra a continuación es la creencia de castigo divino, o leyenda circunstancial por considerar que la desgracia se cebó en la protagonista por haber cometido un acto contra la divinidad. Cuando ocurrió la supuesta ofensa sus protagonistas apenas eran unas niñas que para nada intuían que por semejante juego incurrirían en tan fatal desenlace.

Cuando era un mozalbete acudía en las noches invernales a pasar un rato con mis vecinos familiares Inés y Feliciano, hermanos ellos, que habían nacido en Quintanilla de Tres Barrios. Siempre dije que fueron mis maestros particulares, pues me enseñaron el oscurantismo de muchas historias acaecidas en el pueblo. De toda índole y condición. Entre el variopinto repertorio que llegué a recoger recuerdo uno que hablaba de la desdicha de un matrimonio por causa de…

Inés y Rosalía (en el pueblo todos la llamábamos Rosalina) eran dos hermanas que como tantas otras niñas de su edad se vieron en la obligación de ayudar a sus padres en lo que buenamente podían para poder sacar adelante la hacienda familiar, toda aportación tenía su precio. Apenas eran unas crías cuando tuvieron que ocuparse de llevar a pastar al campo unas cuantas ovejas que disponían sus padres. Eran la fiel imagen de las pastorcillas de Fátima, Lucía y Jacinta, que para más parangón compartirían el trabajo quizá por el mismo tiempo, allá por el año 1917. Incluso la historia también tiene como protagonista a la Virgen, sólo que por motivos totalmente diferentes. Mientras las ovejas pastaban sin demasiada guía, las dos hermanitas se entretendrían jugando, cogiendo florecillas, que en ocasiones acabarían siendo pasto de sus reses, o haciendo alguna cosa que no estaban seguras de su aceptación. En fin, en apariencia una vida un tanto bucólica o idílica en contacto con la naturaleza que se había apoderado de sus juegos preferidos y de más compañía de amigas. Jugaban con lo que buenamente podían o encontraban por el campo, ni siquiera las muñecas de trapo estaban a su alcance.

Un día en que pastaban con su ganado por los aledaños de la ermita de la fuente, la de Nuestra Señora de la Piedra, se entretuvieron en recoger la cera de las velas que se hallaba esparcida y que encontraron junto a la pared de la misma. Una cosa más con la que entretenerse a falta de mejor opción que les llamara más la atención, pensaron. Empezaron a mezclar y moldear la cera, a hacer formas y dar moldura a lo que ellas creían ser seres, animales o cualquier otro objeto que se les antojaba viviente. Pero ya que estaban en la puerta de la ermita, ¿por qué no hacer la imagen de la Virgen de la Piedra? ”Anda, qué buena idea has tenido, Rosalía”, le diría seguramente su hermana Inés con aparente satisfacción.”Haremos una Virgen bien bonita, ya verás”, sería la contestación. Y se pusieron manos a la obra calentando la cera al calor de sus manos y los rayos del sol, haciendo la cabeza, el cuerpo, las piernas, los brazos… Y cuando tuvieron todo disponible unieron las partes para crear su obra de arte. Una virgen que poco tenía que ver con la semejanza de la de la Piedra. Pero como tal tomaron el modelo.

Se mostraron satisfechas con el trabajo realizado, pero no les resultó tan sencillo unir las partes de ninguna de las maneras, pues cuando no se desprendía la mano era la cabeza, y cuando no la pierna, de tal modo que el primer contento por el éxito se convertiría en inmediata decepción. No les acabó de gustar el resultado final, así que en vista del escaso logro se dieron por vencidas. Sería Rosalía quien propuso volver a deshacer la supuesta figura de la Virgen y la mejor manera sería hacerla desaparecer, quemarla. Inés no supo responderla, pero su hermana ya había tomado la decisión y guardado la destartalada figura de cera para cuando estuvieran echarla al fuego.

Pasaron los años y ambas hermanas fueron tomadas en matrimonio. El casamiento de Inés aportó al matrimonio cinco hijos que se criarían sanos o al menos sin contratiempos de salud. Por su parte Rosalía pariría diez hijos que nunca llegaron a sobrevivir sin saber a ciencia cierta cuál podía ser la causa o el motivo por el que nacían muertos o morían al cabo de poco tiempo. Un castigo divino, creyó. Pero, ¿a causa de qué? ¿Qué había hecho ella para merecer semejante castigo? Acudía a los actos religiosos con la misma fe y devoción que el resto de los vecinos. ¿Por qué tanta desdicha? Es posible que a Rosalía le asaltara la duda de la acción cometida años atrás por quemar la imagen de cera de la supuesta Virgen de la Piedra a medida que el número de abortos fue en aumento. No era el suyo un caso exclusivo, otros muchos matrimonios también perdían a sus hijos, ¡pero no tantos!

No tardó en rumorearse por el pueblo que ello fuera debido al castigo impuesto por haber quemado la Virgen de cera, y por ello fueron diez los hijos perdidos, como pudieran haber sido cincuenta de haberlos engendrado. Aquél vientre estaba maldecido por semejante idolatría cometida, sin ningún diagnóstico médico que pudiera corroborarlo, por la inexistencia de su detección en aquellos tiempos. ¿Lo sería por obra divina? Rosalía intuyó que ésta sería la consecuencia de su mala acción y así lo daría a conocer a la gente del pueblo. Corrió como la pólvora y dieron por hecho que la desdicha se cebó en el matrimonio por semejante fechoría. ¿Por qué no le ocurrió lo mismo a Inés, si las dos habían sido partícipes? Por la resolución tomada. Quien quiso que la Virgen se fuera a las llamas fue Rosalía y sobre ella recayó el castigo. Así rezaba en el veredicto de la mente de Rosalía y por supuesto de tal modo lo concibieron las gentes del pueblo.

Las condiciones de salud y de vida que por entonces se cebaban a las personas eran muy frágiles. Morían tanto en vida como en los partos muchas criaturas por simples trastornos, enfermedades infecciosas, malnutrición o síntomas diversos. El caso de matrimonios con hijos muertos en el mismo parto o postparto era bastante habitual en los matrimonios del pueblo. En muchos casos las muertes se reiteraban de tal manera, que muchas madres podían perder dos, tres, cuatro, cinco y hasta más hijos, como el caso de Rosalía. Pero achacarlo a determinadas causas que no fueran de propia naturaleza maternal, como el castigo divino o el mal de ojo, era atribuir sin fundamento la evidencia, lo desconocido y la naturaleza humana.

Entra dentro de lo probable que el motivo fuera muy diferente al de la creencia popular. Científicamente muchos de estos casos en que los niños nacían muertos o a los pocos días, era debido al factor riesgo de incompatibilidades en la sangre de ambos cónyuges (Rh positivo o negativo). Cuando una mujer Rh negativo y un hombre Rh positivo conciben un hijo, existe la posibilidad de que el bebé tenga problemas de salud porque los anticuerpos Rh que se generan durante los embarazos pueden ser peligrosos para la madre y el bebé. La enfermedad Rh puede derivar en una anemia aguda, ictericia, daño cerebral y paro cardíaco en el recién nacido. En casos extremos, cuando la cantidad de glóbulos rojos eliminados es muy alta, puede causar la muerte del feto. Causas que por aquellos años la medicina desconocía por completo en el medio rural. Y bien pudiera ser que los casos de tantos abortos o muerte postparto, confirmados y certificados por el médico don Román que asistía a las familias en Quintanilla de Tres Barrios fueran debidos a esta causa.

 

© Leopoldo Torre y García, 2020
Web de Quintanilla de Tres Barrios

 

Leopoldo Torre y García 

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