Leopoldo Torre y García

A modo de leyenda

 

La desaparición del pueblo de Torderón

 

Cuenta la leyenda que la desaparición del pueblo de…”. Así comienzan muchas historias que tienen como trasfondo la desaparición de pueblos por motivos causales, enigmáticos o por simples supersticiones que se han trasmitido de boca en boca y de generación en generación para hacerse eco de un acaecimiento que diera al traste con su continuidad. Semejante narrativa no es exclusiva del designio de los pueblos sino que abarca otras creencias envolventes de recelo o realidad que da pie a narrativas o leyendas sensacionalistas.

Torderón fue un pueblo ubicado en las inmediaciones del término en la zona este de Quintanilla de Tres Barrios, colindante a la mojonera de Valdegrulla y Osma, a cuyo término de este último perteneció. Sin apenas vestigios de su asentamiento en la actualidad, se conoce el punto de su ubicación próximo a la carretera que va de Osma a Berzosa, no lejos de la dehesa de Valdegrulla ni del manantial que da origen y nombre al río o arroyo del Torderón, que atraviesa el término de Quintanilla de este a oeste hasta desembocar en el Duero aguas abajo en San Esteban de Gormaz. Una cruz de piedra se erige en el lugar como señal identificativa. Cruz que en siglos pasados se levantaba para indicar al caminante el espacio donde se hallaba, ya fuera un pueblo, un cruce de caminos o una ermita, signo que también se utilizaba para la oración.

A tenor de de los datos encontrados, consta lo siguiente: “Torderón, despoblado. En el término de El Burgo de Osma, 5.100 m al NO, a la izquierda y lindando en el camino de Osma a Berzosa, en la orilla izquierda del río Torderón, 200 m antes de que éste flexione su curso hacia el SO; en el lugar existió una iglesia; hoy queda en el mismo una cruz. Mapa 1/50.000, hoja 377: latitud 41º 36´ 5”, longitud 0º 34´ 15”. (Gonzalo Martínez Díaz. Las Comunidades de Villa y Tierra de la Extremadura Castellana. Madrid, 1983, pág. 91)

La noticia más remota conocida de su existencia procede del Censo de Pecheros Carlos I, en la que aparece con el nombre original de Tordeheron, en cuyos datos censales del año 1528 no recoge el número de vecinos que lo componían. Ello nos hubiera dado una idea concisa de su masa poblacional. Ocurre lo mismo con otros dos despoblados limítrofes, Valdegrulla y la Horcajada. (Censo de Pecheros Carlos I Tomo II. INE, Madrid 2008). De su existencia por esta época nos da cuenta también un artículo de Salvador Barrio Onrubia titulado: La provincia de Soria en tiempos del hijo de Cristobal Colón, concretamente del segundo de sus hijos llamado Hernando, quien basándose en el libro Descripción y Cosmografía de España hace un repaso de los nombres correspondientes a la actual provincia de Soria y lugares próximos, mencionando los nombres originales de los pueblos y su traducción al actual.

Torderón no sería un pueblo de muchos vecinos, como la mayoría de los que por entonces jalonaban la provincia, sino una pequeña aldea formada por algunas casas y cuyas gentes trabajarían la tierra, dispondrían de alguna res lanar y es posible que también de vacuno. Su ubicación espacial se hallaría englobada en una morfología de terreno de mediana calidad, lo que supondría evitar calamidades, pues todo induce a pensar que la tierra húmeda daría cierta productividad al labrantío. Queda el hecho en suposición.

Hace bastantes décadas recogí de la vox pópuli de Quintanilla de Tres Barrios que la celebración de un evento que tuvo lugar en Torderón fue la causa de su desaparición. Según la versión oral que vino circulando, con motivo de una boda fue invitada a ella la totalidad de la población. Ello induce a pensar que no serían muchos sus habitantes o que el parentesco familiar o amigable abarcara al total de las gentes. O para más exactitud, todos menos una anciana que por motivos que nunca se llegaría a conocer el no estar entre los invitados, sería quién sin embargo dejase la caldera donde se cocinara la comida. El caso fue que la alegría se tornó en tragedia. Celebrada la ceremonia nupcial llegó el momento del convite entre parabienes y felicitaciones a novios y padres, pero más aún por el deseo de estar a la mesa que, como suele ser habitual en estos eventos, siempre se espera con ansiado deseo, mucho más en tiempos de escasez alimenticia.

No trascendió lo que se cocinó en la caldera pero sí el hecho de que los comensales empezaran a sentirse indispuestos no sin tardar tras degustar la comida y su estado empeoraría por momentos hasta que los síntomas se tradujeron en vómitos, diarreas y desvanecimientos con resultado mortal. Apenas un par de días bastaron para que la tragedia se cebase en los comensales de tal manera que fueron muriendo uno tras otro sin conocerse si hubo algún tipo de asistencia, o al menos sin que el galeno les pudiera suministrar ningún brebaje que pudiera hacerles efecto reactivo. El pueblo quedó en una tremenda desolación y a merced de una afligida anciana que no podría hacer otra cosa que avisar a la gente que acertase a pasar por el lugar de lo ocurrido para que informaran de la tragedia a las gentes de los pueblos colindantes y ayudasen en la tarea de sepultar a los muertos. Es de suponer que sus cuerpos quedarían depositados en el cementerio del pueblo.

El motivo de la muerte no sobrevino de modo deliberado, sino por envenenamiento imprudente en toda la regla generado por la propia naturaleza de la caldera, la mala higiene o limpieza de la misma. Las calderas de cobre, como las que todavía hoy se conocen y en ocasiones se siguen utilizando, se usaban por lo general para cocer las morcillas en la matanza y en algún evento determinado, como podía ser bodas o bautizos. Algo fundamental de estas calderas es su escrupulosa limpieza antes y después de utilizarlas. Los restos que puedan quedar tras un deficiente fregado generan cardenillo o verdín, una capa adherente sobre la superficie del metal que se forma mediante un proceso de corrosión de los restos que quedan provocando un óxido o sustancia venenosa de color verdoso o azulado. Limpieza o higiene que al parecer no debió efectuarse convenientemente, si se lavó, antes de preparar la comida, lo que dio lugar al desenlace mortal de los invitados a la boda, el pueblo en su práctica totalidad.

Debió quedar sola y descompuesta la pobre anciana hasta que le llegó la hora de su muerte, que supuestamente no tardaría en acontecer, o quizá se desplazase a otra población cercana. Nadie de los pueblos colindantes, Osma, Valdegrulla o Quintanilla mostraron ningún interés en repoblar el espacio vacío de Torderón, por lo cuya causa su despoblación fue inminente y los bienes de los muertos quizá repartidos entre sus herederos o usurpados por impíos que conocieran la tragedia. Es de imaginar que el territorio quedase a merced de un reparto entre términos colindantes. De tal guisa desaparecería la existencia del pueblo, no sin dejar huella de su nombre en el río o arroyo que nace en el lugar donde él murió. 

¿Pudo ser ésta la verdadera causa de la desaparición de Torderón o no deja de ser una simple leyenda? Semejantes acontecimientos de desapariciones de pueblos podemos encontrar entre las “crónicas” que nos han llegado con el simple cambio del motivo generado. No hay que bucear demasiado en la literatura de leyendas para encontrar casuales o fatales desenlaces y hacer coincidir la variación o el motivo ocasionado. Los envenenamientos por diferentes causas han aflorado en este tipo de relatos fabulosos. Florentino Zamora Lucas, en sus Leyendas de Soria, rescata de la Antología de leyendas de la Literatura Universal, editada por Vicente García de Diego, la desaparición del pueblo de Mortero, enclavado en las estribaciones de la sierra de Almaza a Vadillo. Así describe los hechos. “Era corto el número de sus habitantes y vivían en gran armonía. Una vez celebrábase una boda entre dos jóvenes de las familias más acomodadas, y como el contento por ambas partes era grande, quisieron que todos los vecinos asistieran a la boda. Todos, sin embargo, no podían asistir; uno al menos había de quedarse guardando el ganado del pueblo. No parecía que debía sacrificarse a un joven, que era natural disfrutase con la fiesta y el baile, –así, se pensó en una buena anciana necesitada, a la que se ofreció una paga por el servicio, que ella aceptó con gusto.

Tras la ceremonia tenían que dar un gran banquete, y para guisar la comida sacaron el agua de un pozo; más dio la fatal coincidencia de que en él vivía una salamandra acuática, y de tal modo había envenenado sus aguas, que todos los que tomaron la comida hecha con ella murieron; así, pues, perecieron todos los habitantes del pueblo de Mortero. Es decir, todos no; sobrevivió la vieja que estaba guardando el ganado, y que pasó a ser propietaria de la dehesa vecina y del ganado de todos los vecinos.
No se atrevió, como es natural, a permanecer en las casas del desventurado pueblo de Mortero, y se fue al cercano de Arévalo, a cuyos habitantes regaló la rica dehesa y el ganado”.

La leyenda de la desaparición de Torderón no sólo ha sido conocida en el pueblo de Quintanilla de Tres Barrios sino en sus aledaños. De manera especial las gentes del cercano Valdegrulla. Al respecto hay quien cree que su desaparición pudo no haber sido ésta sino causada por otro motivo. Tiempos atrás dilucidaba yo con una persona de Valdegrulla sobre la leyenda que circulaba por mi pueblo. Aunque era de su conocimiento, no tenía la misma concepción del hecho que generara su desaparición sino que más bien lo hacía coincidir con alguna contienda acaecida, motivo por la cual quedase el pueblo deshabitado, bien por arrasamiento o por la huida de su gente, algo insospechado porque siempre quedaría la opción de vuelta. A su parecer, uno de estos supuestos podría tener que ver con las guerras carlistas sin basarse en ningún dato que lo justificase. Algo sospechoso teniendo en cuenta que en el supuesto de una invasión punitiva no se tuviese constancia que los pueblos de alrededor corrieran el mismo riesgo. A no ser que las gentes de Torderón les plantasen cara, algo improbable debido a su escasa cuantía y total indefensión. No deja de ser una hipótesis aventurada pero lo que sí parece cierto es que las campanas de Torderón pasaron a lucir la espadaña de la iglesia de Valdegrulla. Que, paradojas de la vida, a su vez fueron robadas no hace demasiado tiempo tras su despoblación.

De sus restos sólo queda la cruz de piedra.

 

© Leopoldo Torre y García, 2019
Web de Quintanilla de Tres Barrios

 

A modo de leyenda

 

El hombre que se le apareció a la extraviada

 

La protección de determinados santos hacia los animales o personas acarreó una devoción generalizada por parte de las gentes de los pueblos, de modo especial. A ellos se les pedían súplicas, se les encendían velas y en algunos casos se les invocaba la pertinente oración en su nombre. Había santos a los que se les tenía una religiosidad exclusiva por el carisma, la creencia y la convicción de que su poder influía poderosamente en el devenir de los acontecimientos. Entre estos santos con más apego y veneración, quizá san Isidro labrador y san Antonio Abad hayan sido quienes más adeptos han captado por su condición de protectores del campo y de los animales. Mundo agrario y ganadero amparado bajo su tutela.

No están exentas de leyendas de apariciones o actos protagonizados por ángeles que suplantaron la personalidad de la figura en cuestión y realizaron hechos inenarrables. En la batalla del Vado de Cascajal, acaecida en San Esteban de Gormaz, el caballero Fernán Antolínez (para la leyenda Pascual Vivas) yendo en la mañana de Pascua a incorporarse a las huestes del conde de Castilla, García Fernández, oyó tocar a misa en el templo de Nuestra Señora del Rivero y acudió presto a ella. ”Según la Crónica General y el Romancero, mientras Fernán Antolínez permaneció en el tempo del Rivero, asistiendo a la misa y pidiendo a Nuestra Señora su protección, un mensajero divino, un ángel del cielo tomó la forma del piadoso caballero y esgrimiendo sus brillantes armas derribó al jefe de los infieles…” (Extraído de la web Condado de Castilla. Leyenda del Vado de Cascajar). Heroicamente derrotó a todo un ejército que le desbordaba en soldados. Leyenda calcada a la de san Isidro labrador, sólo que aquí cambia la espada por el arado. En ambos casos, apariciones.

De aparición trata el siguiente suceso, queda la duda inquietante de si fue una aparición protectora o casual, aunque en este caso no se tratara de un animal el extraviado sino de una persona. Una mujer sola en el campo, totalmente desorientada, se vio sorprendida por la penumbra de la noche, tras haber errado el camino que la había de llevar al pueblo. La tía Faustina volvía a casa cuando empezó a caer las tinieblas. Cuál no sería su sorpresa al percatarse de que se hallaba totalmente desconcertada y sin rumbo fijo. Ignoraba cómo podía haber errado en un camino tantas veces transitado en su Quintanilla de Tres Barrios natal y no daba crédito a lo que le estaba sucediendo. Bien era cierto que por los parajes por los que transitaba estaban lleno de chaparros, como ocurría en gran parte del término. Nunca le había pasado algo semejante… Se le representó un paisaje irreconocible en la oscuridad sin saber dónde se hallaba, si en el término del pueblo o en otro colindante. A medida que pasaba el tiempo los nervios la atenazaban aún más en el intento de recordar el camino en el que se encontraba y el que debía tomar para encaminarse al punto de destino. Pero por más que lo intentaba no era capaz de precisarlo y cada vez se desviaba más y más de su objetivo hasta el extremo de alejarse del pueblo. Desolada como se hallaba no sabía qué determinación tomar, en el eco de la noche todo era silencio sólo roto por el cántico de algún ave.

Es de suponer que le daría vueltas a la imaginación y optaría de nuevo por intentar recordar el camino, aunque le atenazaban los nervios y no atinaba a encontrarlo. Se dio por vencida. No se veía con ganas de volver a intentarlo, estaba alterada y se le hacía un laberinto orientarse para encontrar la salida. Al final le vino a la mente recitar la petición a san Antonio Abad, protector de los descarriados, que por el pueblo todos se la sabían al dedillo y decía así:

En Abad naciste, en Lisboa te criaste y en el púlpito de Nuestro Señor Jesucristo predicó y predicaste. El libro se te perdió y el Niño de Dios lo halló, tres voces te dio: Antón, Antón, Antón. La cara volviste, tres cosas le pediste y las tres te las concedió: lo perdido hallado, lo lejos encontrado y lo muerto resucitado. Por eso te pido, Antón, que me concedas lo que te pido. San Antonio se levantó, su santísima cara, pies y manos se lavó. Por el monte partió, con nuestro Señor Jesucristo se encontró y le dijo: ¿Adónde vas Antón? Con Usted iré, Señor. No vendrás conmigo que os quedaréis por el monte guardando el ganado perdido. Lo recogerás, y rezarás en favor de la Virgen María un Padrenuestro y un Ave María. Amén.

Por si daba resultado optó por encaminarse de nuevo a fin de conseguir el camino directo, hasta que en la oscuridad le dio la sensación de que vislumbraba una silueta humana. Se le erizó la piel, le dio un chasquido el corazón, tuvo miedo, pero ¿de qué? si ya estaba perdida. Caminó con precisión y temor hacía donde se hallaba y ante él, éste le preguntó por las circunstancias en que se hallaba allí y adónde se dirigía. Faustina le contestó que se hallaba perdida. Apenas pudo ver sus facciones. Quien le hablaba era un hombre de figura esbelta con unas barbas prominentes, cubierto con una capa o gabán que le llegaba casi hasta los pies y se hacía acompañar de una cayada. El hombre no se movió y con voz grave le dijo que no tuviera temor. Al oírle, a Faustina le entró un escalofrío pero se serenó. De inmediato le dijo lo que le había sucedido y que iba camino de su pueblo, que se llamaba Quintanilla. El señor le dijo que le siguiera, que la pondría en el camino y sin desviarse de él llegaría a su destino. Que no tuviera miedo, que ninguna sospecha se apoderara de ella porque nada le iba a pasar en la oscuridad. Faustina, alterada como estaba, le agradeció su asistencia sin preguntarle quién era y qué hacía por aquellos parajes en semejante circunstancias.

Caminó con premura, con ansia, con decisión porque ahora sí veía claro el camino errado. Cuando tanteó a lo lejos dónde se encontraría el pueblo respiró aliviada y dio gracias a Dios, ¡a Dios!, pero no apartó de la mente el mensaje que había enviado a san Antonio Abad. ¿San Antonio Abad? ¿Acaso no podría haber sido la persona aparecida ante ella? ¿Quién sino podría ser aquella persona que circunstancialmente andaba por aquellos parajes de manera incierta y a una hora como aquélla sin ninguna apariencia de realizar ningún trabajo? No le cabía la menor duda, aquel hombre no podía ser otro que san Antón, que había acudido a su llamada. El santo al que tantas veces se le invocaba cuando un animal se descarriaba. ¿O quizá se tratara de una persona de algún pueblo de alrededor de camino a casa? No lo tenía claro, pero fuera quien fuera aquel hombre de rostro enjuto y largas barbas le había dejado con la duda inquietante.

A medida que se aproximaba al pueblo vio la luz destellante de lo que sería algún farol o tea, pero no llegó a escuchar apenas voces ni griterío de gente ni perros. Que suponía sería así, que la estarían buscando, pero ella no lograba captar que pronunciaran su nombre a unos cuantos cientos de metros como se hallaba. Y no lo captaba porque los oídos los tenía bastante atrofiados por eso la llamaban “la sorda, Faustina, la sorda”. Suponía que ante su tardanza, la gente del pueblo habría salido a buscarla por el campo. Fue ella quién les dio la voz de que estaba en el camino, aunque supuso que las el griterío no dejara oír su voz. Al llegar ante los congregados todo fueron sosiegos y emociones por parte de la gente. Preguntas sobre lo ocurrido y respuestas apenas sin precisar porque no atinaba a contar lo sucedido para verse en semejante trance. La penumbra de la noche y algo de neblina habían contribuido a desvariar sus pasos y no poder acertar el camino. Pero lo que realmente dejó sumidos en el pensamiento a los presentes fue el encuentro que había tenido con la persona que le indicó el camino de regreso al pueblo. Las indicaciones y el aspecto que presentaba indujeron a la gente a pensar si aquel hombre fuese realmente un caminante que por casualidad transitaba a aquellas horas de la noche por aquel paraje o se trataba de una aparición crucial atraída por la llamada de la propia Faustina para orientarla en su extravío.

De lo que no pudo sustraerse el pueblo fue de la noticia acontecida y de la nebulosa que envolvió durante algún tiempo el encuentro entre ambos. La posibilidad de la aparición de san Antonio Abad, san Antón, se mantuvo durante décadas en la memoria de las gentes.

 

© Leopoldo Torre y García, 2020
Web de Quintanilla de Tres Barrios

 

Leopoldo Torre y García 

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