Maquis en el corazón del Rodeno

 

Pedro Sanz Lallana

Pedro Sanz

2007

 

 

 

 

Primeras impresiones

Salida del Campamento

He vuelto al Rodeno, al corazón del monte, por ver lo que queda del Campamento, medio siglo largo después de los hechos que allí tuvieron lugar y, la verdad, me sigue impresionando tanto por su historia —aún quedan trincheras, alambradas y nidos de ametralladoras de lo que fuera el frente de Teruel—, como por la belleza caprichosa de este rincón de la Sierra, como lo llaman los de Valdecuenca.

Entre aquellas piedras rojas —rodenas— se esconden sucesos de valor y sangre, la huella de unos hombres y mujeres que pelearon arriesgando sus vidas por un ideal imposible: ganar una guerra perdida diez años antes en una lucha desigual que llamaron Reconquista de España.

Y en este empeño, Samuel, junto con sus hermanas Pilar,  Celia y sus maridos Alfredo y Eliseo, a los que tengo que añadir la inestimable ayuda de su primo Timoteo —hombre que conoce el monte mejor que la plaza de su pueblo—, fuimos pacientemente recorriendo caminos, trochas y desmochando cerros para gozar de unos días de campo, recordar anécdotas añejas y dormir arropados por el silencio que ya sólo se encuentra en pueblos recogidos como este de Valdecuenca (Teruel), hermoso por muchas razones.

Pero es Moisés,  el hermano mayor, quien me ha dado las pistas de los principales acontecimientos tal como tuvieron lugar; sin su ayuda testimonial poco hubiera podido hacer.

No obstante, este relato no pretende ser la crónica de los acontecimientos que acaecieron en la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón, Sector 11, ni el seguimiento minucioso de los pasos de unos hombres —“maquis” les llamaba la prensa de la época— que vivieron durante un tiempo en el Campamento del Rodeno. Y aunque son ciertos los hechos que aquí narro, los personajes que en ellos aparecen vienen presentados bajo el velo del relato que matiza los rasgos y disimula los olvidos originados por el paso del tiempo.

Seguramente he dejado de contar muchos detalles conocidos por los valdeconquenses y he puesto otros nuevos que no cambian en nada la historia principal, porque mi objetivo es, simple y llanamente, recordar que hubo una vez unos “románticos de la libertad”, como se ha bautizado a este grupo de valientes, hombres y mujeres muy próximos a gente que aprecio.

En esencia, trato de hacer un pequeño homenaje a la memoria de Feliciano López, padre de Moisés, Pilar, Celia y Samuel, hombre de una personalidad recia e intachable conciencia, y a la de sus hermanos Manuel y Angelina, tan nobles y valientes como él, que supieron renunciar a casi todo por una causa que creían justa. Los hombres lo pagaron con su libertad, ella con el exilio, por eso tenemos para con todos ellos, creo yo, una deuda de honor.

 

© Pedro Sanz Lallana

Teruel

 

Prólogo:

VALDECUENCA y alrededores

 

No podía tener Valdecuenca mejor pórtico de entrada para su encanto ambiental que el desfiladero de Dornaque. Para el viajero que llega por primera vez a su entorno —tal fue mi caso—, resulta ser como una aparición hecha piedra increíblemente elaborada por los dibujos caprichosos que la arenisca rojiza ha ido imprimiendo en la roca durante siglos de erosión y belleza.

Y luego, nada más rebasar el portezuelo que lo oculta, aparece el pueblo que, a simple vista, queda retratado en un remolino de casas arracimadas sobre una pequeña colina presidida por la iglesia de San Nicolás.

Tanto si eres de la tierra, o peregrino en ella, llégate hasta su plaza, hasta la fuente, sin prisas, recorre sus cinco calles, habla con sus gentes, toma un bocado y contempla el entorno del pueblo con la mirada. Enseguida comprenderás que estás en un lugar privilegiado donde los colores verde y ocre señorean el paisaje: el pino resinero y las rocas rodenas —“roxenas” que decían sus antiguos pobladores mudéjares—visten estos valles y estas sierras. En los llanos, campos de trigo y pipirigallo de vistosos colores —cárdeno, rosa pálido y rojo bermellón— van pintando las tierras.

Así es Valdecuenca. Su señorío le viene de antiguo señalado por el castro ibero que hay a las afueras y el ser, seguramente, lugar de paso de la Terolus medieval hacia la meseta castellana camino de Cuenca (Val-de-Conca) por pueblos de parecido apellido: Valdemeca y Valdecabras en la provincia vecina.

Colindante con Albarracín, Bezas, Jabaloyas, Terriente y Saldón, la Sierra marca la historia más antigua y más reciente de esta tierra que goza del privilegio de unos montes ricos en refugios naturales de los que dan testimonio las huellas que todavía quedan. Hablo del hombre prehistórico que 6000 años atrás ya dedicaba su tiempo libre a dejar la impronta de su arte (“arte rupestre”) en los recodos de las rocas dibujando escenas de caza y de recolección. El curioso viajero no tiene más que acercarse al Abrigo del Pajarejo o al cerro de las Olivanas para dar testimonio de ello. Y como éstos, una docena más puede encontrar en los montes de Albarracín o en las Tejadas de Bezas.

Peña de la Cruz

Para abarcar en toda su extensión esta Sierra de sabinas y pino resinero, nada mejor que empinarse en el mirador de la Peña de la Cruz, lugar estratégico durante la pasada guerra civil y punto geodésico de primer orden; desde ella, desde la cruz que la corona, puede verse un mar verde y rojo —se diría infinito— que forma el Monte Rodeno.

Hay en él lugares inolvidables como el valle y la masada —otra vez nos resuenan  en los oídos restos de la lengua mudéjar que se habló en Valdecuenca en épocas pasadas: “maxada” (majada)— de Ligros. Confieso que ambas vistas me impresionaron cuando estuve delante de ellas. Al tapete verde de sus praderas sombreadas de pinos se oponen las rocas sanguinas y un valle agreste, hermoso, a veces cortado a pico, por donde corre el arroyo del mismo nombre buscando las raíces del río Ebrón, oculto por una maraña de cuevas y caminos que él mismo se ha trazado bajo la tierra horadando las simas, para dejarse ver mucho más abajo, en Tormón, donde sus aguas afloran a la luz.

De la masada hasta el Pajarejo —y las cuevas rupestres que lo decoran—, hay un magnífico paseo que se empina montaña arriba y en otoño regala al caminante con toda suerte de frutos silvestres, hongos y setas.

El monte se adensa hacia la laguna de Bezas. La Umbría Negra debe su nombre a la enorme masa forestal que la arropa. Todavía pueden encontrarse entre los brezos del sotobosque restos de los tiestos que empleaban los antiguos resineros para recoger la rica savia de los pinos (pinus pinaster) y las huellas del hacha que les arrancaba la pizorra para dejar al descubierto la herida que lentamente iba sangrando la resina en la soledad del monte.

Y allí, justo sobre el borde de los peñascos que la rodean, se hicieron fuertes unos hombres llenos de coraje, unos “soñadores de la libertad” que dejaron años de juventud y vida, familia, casa y amigos por buscar una quimera imposible: ganar la revolución proletaria y devolver la ilusión a los pobres.

Pero fracasaron.

El lugar que escogieron es impresionante. Ahora parece salvaje y lleno de zarzas, pero me lo imagino cuidado con esmero cuando el Sector 11 de la AGLA (Agrupación Guerrillera del Levante y Aragón) hizo de él su lugar de refugio, escuela de aprendices para luchar por la libertad y centro de propaganda republicana. Esas mismas rocas fueron testigos mudos de hechos terribles, días de dolor y sangre.

Pintura rupestre

Cuando se llega a aquellas piedras hay un algo misterioso que flota en el aire y sobrecoge al visitante. Algo casi reverencial, oculto al simple curioso. El silencio que las envuelve  es premonitorio de este secreto. Y a pesar de los años pasados, su vista todavía duele a las gentes de Valdecuenca.

Hablo del Campamento del Rodeno, «zona de guerra», centro de gran importancia en la vida guerrillera durante los años de su mayor esplendor.

Acababa de organizarse la AGL en agosto de 1946 en Camarena de la Sierra —pueblo no lejano de donde nos encontramos y punto de referencia en la resistencia antifascista— bajo el mando de “Capitán”, “Delicado”,  “Grande”, “Pepito el Gafas” y otros, cuando la detención y posterior fusilamiento de algunos dirigentes obligó a reagrupar la resistencia levantina formando la AGLA, que sirvió para dar cohesión y fuerza a los hombres que venían luchando en la zona aragonesa de Alcañiz, Albarracín, Javalambre y Ademuz junto con las de Cuenca, Valencia y Castellón. Aquellos de 1946 fueron días de entusiasmo guerrillero y golpes de efecto que se vieron coronados con la llegada de nuevos refuerzos desde Francia.

Enseguida se tuvo conciencia de que era necesaria la propaganda para ganar nuevos adeptos y levantar al pueblo contra la dictadura. Los intelectuales de la resistencia decidieron fundar un periódico volante que sirviera como medio de propaganda y agitación para informar y relacionar a los hombres que andaban dispersos por el monte, establecer consignas, magnificar los golpes dados al enemigo y desmoralizar a sus mandos, en especial al odioso general Pizarro, personaje que sería objeto de constantes burlas y caricaturas groseras en los números que aparecieron.

Así es como nació El Guerrillero. El propio “Grande” decía:

En lo sucesivo en todas las operaciones que se realicen queda obligado cada batallón a extender la propaganda que compete al caso junto con la recibida por este E.M. La fabricación de banderas y carteles alusivos a nuestra lucha guerrillera quedará a cargo de los batallones, que la efectuarán con trozos de sábana teñidos o pintados, para esto se elegirá al guerrillero que más condiciones reúna para que guarde una línea estética, la pintura es una de las materias mejores a utilizar en la propaganda, pintando las fachadas de los pueblos, carreteras, los pilones de los kilómetros, los anuncios cercanos a las carreteras, casillas de camineros, etc.; también se tirará propaganda en las carreteras que se atraviesen y no sea un punto de paso continuo para los enlaces.

Puede decirse que el verdadero El Guerrillero renació en el Monte Rodeno cuando la cúpula valenciana cayó en febrero de 1947 en manos de la Guardia Civil junto con todo el material que tenían para su redacción. No quedó más remedio que trasladarlo al monte, al abrigo de las peñas. Por eso declarará en su cabecera: «Periódico editado en las montañas levantinas».

Y era cierto. “Pepito el Gafas” se convertirá en su alma mater poniendo más ilusión que medios para que pudiera salir adelante con cierta regularidad; en carta a su amigo “Antonio” se queja de las dificultades que encuentra en su trabajo:

Amigo Antonio, recibimos tu nota junto con el parte de operaciones y las 5.000 ptas. En primer lugar he de decirte que la multicopista junto con la máquina de escribir y todo lo demás han desaparecido (requisados por la G.C.), y como lo que más nos interesaba era la máquina para tirar la propaganda y rectificar los estatutos entramos una noche en Fórnoles y nos llevamos una que es cojonuda porque es muy grande.

En el Rodeno los editores gozaban de una cierta seguridad que les daba el saberse protegidos  por el entorno del monte lejos de la persecución policial, aunque este paraíso tampoco les sería eterno. La Guardia Civil era consciente de que debía perseguir sañudamente los centros de propaganda porque si cortaban este suministro ideológico, ello supondría un duro golpe que resquebrajaría la moral de los guerrilleros y de quienes les apoyaban. En un parte enviado por un comandante de puesto señala:

La propaganda lanzada por los maquis está encaminada a fomentar el malestar entre los soldados de la guarnición mediante el reparto de octavillas y amenazar a los alcaldes en sus funciones, haciendo al mismo tiempo un llamamiento para colaborar a favor de las partidas. Asimismo han lanzado propaganda tratando de coaccionar a los Comandantes de Puesto. Se nota un decrecimiento en los medios mecánicos de redacción, sin duda debido por una parte a la falta cada día de mayor número de enlaces de absoluta confianza y por otra parte a la pérdida de material dándose el caso de que la propaganda lanzada últimamente se reduce a las cuartillas antes indicadas y a algunos ejemplares hechos con multicopista, pero estos en mal estado y redactados hace unos meses…, lo que debía ser cierto porque la propia guerrilla es consciente de que el enorme esfuerzo que hacen por publicar el periódico a veces no se ve recompensado con la calidad del resultado:

La propaganda os sale un poco chapucera —escribe “Pepito el Gafas” a su compañero “Medina”, uno de los dirigentes del Campamento del Rodeno— y debéis averiguar el motivo de ese problema, seguramente se debe al rodillo que está gastado. Aquí no tenemos papel y la “multi” no va bien. Tenéis que comprar tinta y clichés, y si alguna de estas cosas falla, pues ya sabéis que nos quedamos parados.

Para mí es un texto premonitorio este de “Pepito el Gafas” cuando cita cosas tan aparentemente inocuas  como son la necesidad de cambiar el rodillo de la multicopista, la carencia que tenían de papel, la escasez de tinta, etcétera, porque éstas menudencias unidas a otras mucho más importantes —como el amor a la libertad, el compromiso con su pueblo, su honradez—  serán la causa de que Angelina, Feliciano y  Manuel tengan que lanzarse al monte —al Monte Rodeno, quiero decir— un claro día de octubre de 1947  para evitar ser detenidos por la Guardia Civil, lugar donde les esperaban sus compañeros de armas en días que luego serían de sangre, sudor y lágrimas. 

Papel, tinta, clichés: cosas tan simples a primera vista resultaban imprescindibles para los hombres que luchaban por la Reconquista de España. Dinero tenían de sobra tras el asalto en Caudé al tren pagador en julio de 1946 que llevaba la nómina de los militares franquistas; lo que les va a faltar de verdad son fuerzas y tiempo.

La idea inicial era la de hacer un periódico quincenal con una tirada de unos cinco mil ejemplares que sería distribuido por toda la zona del AGLA —Valdecuenca incluida—. Y se pusieron manos a la obra. La aparición del primer ejemplar fue muy celebrada por los guerrilleros; enseguida tiraron el segundo, pero casi al tiempo de la aparición del número 3—enero de 1947, una edición muy elaborada a base de ocho páginas bien decoradas con profusión de ilustraciones, etcétera— cayó la cúpula valenciana por la delación de un traidor —un policía infiltrado en las filas guerrilleras— requisando las fuerzas facciosas gran cantidad de ejemplares y todo el material que tenían para su elaboración; no obstante, algunos periódicos llegaron milagrosamente a su destino, por ejemplo los del Campamento del Rodeno, como señala “Ibáñez” en un informe de aquella fecha:

Al Sector 11 llegaron mil ejemplares de El Guerrillero y trescientos de Mundo Obrero, y he de decir que el primero gusta mucho a la gente.

Es curioso, pero cuando la G.C. asalte definitivamente el Campamento del Rodeno en diciembre de 1947, el informe redactado por el comandante de la operación dirá que en él han encontrado:

Varias máquinas de escribir Olivetti y Royal, una multicopista y abundante documentación, así como unos treinta borregos, aproximadamente, ya sacrificados.

Y debía de ser cierto, porque el corralito donde se guardaban estos corderos todavía existe, yo lo he visto. 

El final de esta historia iba a ser bastante más duro del que sus protagonistas imaginaron cuando decidieron echarse al monte; aquí os ofrezco algunos detalles de aquellos azarosos días; vamos a recordar las andanzas de los protagonistas de este relato: Angelina, Manuel y Feliciano López, de sus penas y pequeñas alegrías, y andar  los caminos que ellos abrieron...

© Pedro Sanz Lallana

Comentario del libro por Isabel Goig

Pedro Sanz Lallana

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