Isabel Mata Garrido

Relatos   Azur - Paseo por tierras sorianas - Leyendo -in situ- la Tierra de Alvargonzález - RecuerdosMe acordé de tí, tía Carmen - Manuel, un amigo auténtico - CuandoAlejandra comenzó a ser ella misma - Morir de amor, morir de frío  - Las rocas  - La enorme ola

relato

Azur

 

-No hay un sueño más sabroso el que te lleva por la senda que conduce a tu mundo-

…El anciano sentía que sus raíces topaban con una muralla de cemento, un túnel por el que pasaban trenes que retumbaban entre las paredes repletas de tubos que encerraban residuos y pesticidas que se internaban en el Mediterráneo.

Dio vueltas y vueltas buscando los granitos de tierra que dieran sustento a sus, cada vez más, escasas fuerzas para mantenerse en un mundo que se moría. En sus últimas boqueadas, y reuniendo fuerzas para subsistir, crujió las aceras de la ciudad donde los edificios se amontonaban tocándose por sus esquinas, los árboles crecían con sus ramas desnudas buscando espacio por donde respirar. El anciano no tenía tierra y estaba deshidratado, tenía doscientos años y los constructores le habían respetado la vida aún sabiendo que pronto moriría, habían desviado el cauce fluvial cercano que le mantuvo vivo.

Junto a la brecha abierta, Azur miraba las raíces resecas con honda pena, las escuchó que pedían auxilio, cogió su botella de agua para regar al árbol cercano que crecía desnudo y alto buscando oxígeno y luz entre los edificios agrupados.

 -No desperdicies el agua en regarme, he llegado a mi fin, tu trabajo es otro.

-Ve hija, busca tu mundo, aún es tiempo de ver las mariposas volar sobre jóvenes ramas. Mientras los árboles echen gemas y los pájaros aniden en sus copas, el aire se llenará de músicas y los ríos te llevarán hasta escuchar el canto de las sirenas, existe ese lugar, sal de este mundo que se hace irrespirable, busca el que se quedó atrás, lo encontrarás entre los álamos del río. ¡Defiéndelo! En esta jauría todo se hace inhabitable. Toma unas cuantas semillas, dale tierra y agua, ella responderá con vida, con más agua, y en sus copas entonarán sus cantos los jilgueros

Azur metió las semillas en un semillero con un puñado de la poca tierra que quedaba junto al anciano, y tras regarla abundantemente, las tapó dejando una ranura para que respirasen las  metió en su mochila y sin olvidar su brújula se encaminó por la senda que retrocedía en el tiempo.

Azur se enredó entre una rama de algodón que la elevó hasta las nubes, fundiéndose y amigándose con ellas, voló por su mundo de fantasía. Recreándose por los lugares reconocidos, Azur se detuvo en las playas de la Costa del Sol, reconoció el azul del mar la higuera, bajo la cual, estaba el columpio que su padre le hizo y la casita de Carmencita, su muñeca de trapo, allí continuaban los tiestos llenos de sal que Azur dejaba con agua del mar para que el sol la cristalizara.

Al pasar por tierras de Castilla, Azur se apeó de las nubes y correteó entre las ruinas del castillo en el sur de Soria, el olor a espliego la adormeció y sintió la mano cercana que un día la llevó hasta el cielo profundo cuajado de estrellas de colores suspendidos como farolillos de verbenas. De entre todas las flores de aquel jardín soriano, recordó que en la ciudad estaban las tres rosas que se llevó, las más bellas, que serían la razón de su vida.

Azur dio un salto y se transportó hasta el mar levantino. De entre todas las miradas que había recibido a lo largo de su vida, allí estaba la más bella, reconoció los ojos que no se perdían de vista a través de los años. Se instaló unos instantes y recordó los sueños que la mantenían en los albores de la eterna ilusión de  juventud – Decididamente, uno/a se hace viejo/a cuando lo decide, y ese no es nuestro caso-.

Nuestra heroína sintió que debía volver hasta tierra castellana donde el niño crecía amamantado por unas montañas generosas,  vigilados por águilas y buitres leonados, tan de prisa crecía que, unos pocos kilómetros mas abajo, su caudal abastecía las tierras Sorianas  serpenteando entre las hoces que cantara el poeta, para girar hacia Aragón entre Abedules y Álamos.

¡Esta es la parcela que me corresponde defender!!! Aquí plantaré estas semillas de roble que ya empiezan a germinar y que crecerán para darnos la vida que nos intentan arrebatar las fieras urbanitas, este lugar es ideal para ti, la humedad te hará centenario-.

Azur se cobijó en una casita de adobe con paja que mantenía el calor en las frías noches sorianas, las vacas pacían por la dehesa, y las cigüeñas habitaban su colonia cercana a Valonsadero, Azur se hizo amiga de ellas, y ellas limpiaban de insectos dañinos para los árboles, entre otros, el roble que Azur plantó y que ya estaban brotando las primeras gemas. Azur paseaba por el soto y subía río arriba, unas veces hasta las faldas de los Picos de Urbión a tomar con sus manos agua de la humilde fuente cristalina donde nace el niño Duero, cerraba los ojos para deleitarse con el agua y el paisaje de ensueño que llenaba su alma de emociones, otras hasta la Laguna que da nombre a otro río que, en Garray, se une el Duero, otras veces era el lugar escogido el dique, en el río Tera, que evita las inundaciones de Garray  y el soto.  

Frente al cerco numantino y las ruinas de Numancia, Azur seguía retrocediendo en el tiempo y recomponía las derruidas casas romanas.  La sangre le bullía en las venas y juraba  que lucharía por que nadie borrase su recuerdo.

…Pero parecía que nadie podía luchar contra el poderoso cabalero, el Soto de Garray se llenó de motosierras, escavadoras y urbanitas sin corazón, y comenzaron el zafarrancho.

Azur se retorcía de dolor, imploró a todos los dioses que parasen la masacre ecológica e histórica que se estaba produciendo en el mismo corazón de Soria.

…De repente el cielo se partió en dos y un carro de fuego, portando a un bravío doncel que,  portando un martillo en su mano derecha, recogió a la joven Azur mientras lanzaba su furia de rayos y truenos sobre los Picos de Urbión. De las montañas, bajaban las aguas desbordando los ríos que arrasaron con el dique del Río Tera, las motosierras,  las excavadoras y los urbanitas sin corazón, arrastrándolos río abajo.

Cuando las aguas volvieron a su cauce, El Soto de Garray lucía con esplendor, en los humedales, los sauces y robles (testigos  oculares del cerco numantino) lucían su mejor color, las cigüeñas llevaban en sus picos insectos para alimentar a sus polluelos.

 Azur despertó bajo el roble que reconoció como aquel, cuya semilla, le diera el anciano de la ciudad antes de morir… Los álamos y abedules - acompañan al Duero hacia Aragón, en castellana tierra-

 ----

- ¡Álamos del amor!

Que ayer tuvisteis de ruiseñores

vuestras ramas llenas;

álamos que seréis mañana liras

del viento perfumado en

primavera;

¡Álamos del amor cerca del agua

que corre y pasa y sueña;

álamos de las márgenes del Duero,

conmigo vais, mi corazón os lleva!

  (Antonio Machado).

© Isabel Mata Garrido, 14-08-2010

 

relato

Paseo por tierras sorianas

Necesariamente recurro a tierras de Soria, a recuerdos imborrables, que me quiten el estrés del momento. Recuerdo esos días en que visitaba a mi amiga-hermana, además de oxigenar mi cuerpo, ponía una inyección de optimismo a mi espíritu aletargado entre el ajetreo rutinario de la gran ciudad, donde no te deja tiempo para la expansión interior.

Disfrutaba de esas salidas por tierras y pueblos sorianos, era una gozada, en algunos pueblos como Rello donde apenas vivían dos familias, estas personas tan auténticas dispuestas a contestar a nuestras preguntas con agrado, a regalarnos historias, recetas culinarias y curativas  nos invitaban a probar sus sobadillos, su miel y hasta algún café de puchero.

Recuerdo que en alguna de esas salidas nos acompañaba ese libro andante y ameno que es Frías Balsa, me impactaba ver con qué minuciosidad observaba las derruidas fachadas de algunos pueblos donde en alguna ocasión veía alguna piedra “sospechosa” de pertenecer a algún castillo ó casa de algún señor feudal, mi amiga y él conocían a la perfección las tierras e historia de Soria.

Conocí tantos pueblos se-mi desiertos que visitarlos suponía pensar que estábamos viviendo en otra era.

No menos impactante era visitar fuentes y manantiales, y algo que a mí me resultaba increíble era el silencio, roto por los trinos de los pájaros, el graznar de los buitres y el planear de las aves, también teníamos que vigilar el suelo, no fuese que algún reptil estuviese rezagado e incluso veíamos alguna pisada de jabalí.

Todo en esas excursiones era digno de recordar. En primavera los campos florecen, se llenan de amapolas, de margaritas, de tomillo, romero y espliego, sus flores de color lila despiden ese olor agradable, sin dobleces. En verano,  los cereales ya listos para la siega, se presentan en un color rubio y sus briznas negras y punzantes. En otoño los árboles nos regalan un paisaje mágico con todo un muestrario de colores. En invierno ese gran manto blanco de nieve que cambia el paisaje hasta hacerlo irreconocible, el suelo inmaculado, solo roto por nuestras pisadas dejando unas huellas que de inmediato se cubren  por las insistentes nevadas.

Por favor que nadie destroce aquellos campos, aquellos pueblos, aquellos aires y aquellos sueños que guardo en mi recuerdo.

© Isabel Mata Garrido, 25-12-2007

 

relato

Leyendo -in situ- la Tierra de Alvargonzález

Era el mes de agosto del año 1974 vinieron unos amigos a conocer Soria y decidimos ir a la Laguna Negra. Nos acompañaba y nos servía de guía nuestro amigo Miguel Moreno

Hasta llegar al lugar recorrimos un largo trayecto 50-55 km. visitamos el pueblo de Vinuesa, donde se conserva restos romanos, un precioso pueblo con su legendario campanario y su nido de cigüeñas, estas retornan  cada año para  poner sus huevos incubarlos y alimentar a sus crías, con ese ir y venir llenando los picos de sus polluelos que incansables reclaman su alimento despiertan al pueblo de su letargo invernal y les avisan de que los fríos y las nieves dan paso a la primavera poblando los campos de olores y colores múltiples. Continuamos por los caseríos de Santa Inés con su ermita del mismo nombre  y El Quintanar ambos caseríos pertenecen a Vinuesa en  la comarca de Pinares, continuamos camino por la estrecha carretera,  hacia Los Picos de Urbión.

Nos desviamos por un camino de tierra hacia La Laguna Negra. Altos peñascos nos iban impresionando, el aire rugía más que silbaba, en las enormes cuevas nos espiaban los buitres como si de un ejército se tratase, inmóviles, expectantes, alguno levantaba el vuelo con sus vertiginosas alas marcando su territorio. Las águilas planeaban sobre nosotros, y rastros de jabalíes y lobos nos advertían lo peligroso del lugar.

Árboles quemados nos mostraban sus entrañas negras por la furia de los rayos.

Continuamos por el angosto camino hasta que los riscos nos lo impidieron, dejamos el coche y continuamos a pié  hasta llegar a lo más alto, allí me quedé presa del impacto, una gigantesca laguna azul oscuro en forma de círculo se divisaba al fondo, sus aguas glaciales aparecían negras por las sombras de las montañas dando nombre a la laguna y misterio al paisaje, el silencio era impresionante roto por algún graznido de ave ó el rastrear de los reptiles.

Decidimos parar a comer unos bocadillos y poner un poco de “chispa” al miedo con un trago del buen vino de la tierra.

Con el estómago confortado y el mágico líquido de la bota bien curada fuimos tomando confianza al lugar y nos sentíamos a gusto sentados en las rocas antes de bajar a la orilla de la laguna, Miguel Moreno gran apasionado y conocedor de Antonio Machado sacando un libro de poemas del singular poeta, se ofreció a leernos La Tierra de Alvargonzalez .

La voz de Miquel Moreno sonó grave, potente, con esa fuerza que da la seguridad de saber lo que lee y el impacto que causa, el silencio se hizo mayor y la voz nítida de Miguel Moreno se estrellaba en las rocas repitiendo su eco.

La leyenda se magnifica desde el mismo lugar donde  fue arrastrado el cuerpo de Alvargonzalez por los crueles hijos y la laguna parecía abrirse ante nosotros que aterrados la mirábamos mientras la voz seguía sonando y el eco repitiendo.

Yo miraba el sendero y creía ver a los malvados hermanos empuñando el hacha reluciente y ensangrentada mientras tiraban de la soga, ataban la enorme piedra a ésta y la tiraban a las profundidades de las negras aguas, hundiendo el cuerpo del viejo labrador. Un escalofrío prolongado se negaba a abandonar mi cuerpo, tenía que desviar mis ojos de aquel profundo pozo para poder respirar. La voz seguía sonando grave sin dar tregua, los surcos por donde corrían las aguas que agrandaban la laguna se me presentaban como regueros rojos, y parecía que el aire se iba a romper con un estrepitoso ¡crac! Sentía que la sangre se me helaba, sentía el sabor salado de mis lágrimas y sentía que la sangre de Caín bañaba aquel mágico lugar. La imagen de los hermanos envidiosos y crueles huyendo de su propia maldad y adentrándose en la laguna mientras la voz se estrellaba en las rocas repitiendo, ¡padre!, ¡padre!, ¡padre!.

Tengo que confesar que aquella excursión marcó un antes y un después en mis viajes a Soria, y tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no ver reflejado en sus gentes el carácter envidioso de los crueles hermanos Alvargonzalez.

Afortunadamente la razón se impuso, y hoy Soria se me aparece con sus gentes y sus lugares maravillosos y la Laguna Negra un lugar mágico que hay que visitar, donde el capricho de la naturaleza se emplea a fondo para recreo de nuestros ojos y nuestro espíritu, a pesar de que el embrujo está suavizado por las instalaciones hechas para seguridad y comodidad del visitante.

© Isabel Mata Garrido, 2-2-2008

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SUMARIO

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